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Picatostes

Te recuerdo Carmen

Acababas de ser nombrada Ministra de Cultura del gobierno de Felipe González, el último mandato socialista antes de la entrada en tromba de la derecha aznarista y de tu sucesora, Esperanza Aguirre. Un chiste o una broma de mal gusto. Tu elección, una desconocida para los centros del poder, había causado sorpresa en los cenáculos madrileños aunque tenías entre otros avales, la dirección del IVAM, el espacio que en poco tiempo se había consolidado como uno de los centros de referencia del arte en España. Despues vendrían los titulares, «La ministra que rompió moldes» y otros por el estilo que siguieron subrayando la excepcionalidad. Para celebrar tu nombramiento nos reunimos los amigos en un restaurante del barrio de Carmen. Y en eso entraste tú. Rafa García Montserrat, el más ingenioso de la pandilla, te recibió con el canto deportivo de «Induráin, Induráin» -el ciclista navarro vivía en aquellos momentos sus días de gloria- al que nos unimos todos. «Induráin, Induráin, Induráin». Tu felicidad, me imagino que mezclada con muchas otras cosas en aquellos días, era también la nuestra, la de Josevi, Vicente, César, Martín, Pepe, los Toni, Paca, Pilar y Rafa, Eva, Antonio, Encarna… Nuestra autobautizada «La Pandilla Basura» aquel día en el reservado del restaurante parecía que tocaba los cielos mientras la noche más burbujeante que nunca se deslizaba sin fin. Poco tiempo después volvimos a reunirnos todos, esta vez en Altea, creo que era por Pascua, ese tiempo revuelto con el mar como divisa y el viento asomando por todas las esquinas. Todavía recuerdo aquella interminable comida en el restaurante Bahía, que como no podía ser de otro modo, se santificó con una gloriosa paella. Éramos felices y comíamos perdices.

Como en la canción de Rocío Dúrcal, no es que hayan pasado los años, tan solo ha pasado un año desde que nos dejaste. Unos meses antes me habías acompañado en la presentación del libro de Serrat en la Biblioteca Eugenio Trias de Madrid en pleno Retiro madrileño. Te veo llegando con una sombrilla y aquel vestido de estampado floreal que recordaba un poco un kimono. Parecías extraída de una estampa oriental aunque no hubiera cerezos en flor en el paseo, caminando por el parque madrileño en aquellos primeros días de calor estival. Aunque la enfermedad ya había hecho su camino, ahí estabas tú, sacando fuerzas, haciéndole frente, acompañando a los amigos. Dedicaste unas bellas palabras al libro, y ahora me envuelvo en el tópico, unas bellas Paraules d’amor ante un auditorio donde destacaban, para nuestra sorpresa, aquel grupo de fans serratistas mejicanas que viajaban de uno al otro lado del Atlántico siguiendo a su ídolo.

Te recuerdo, Carmen y soy feliz de haber compartido contigo todos esos momentos en todos estos años. Ahora te veo, en un recuerdo lejano, subida a una repisa observando divertida a toda la comitiva oficial que celebraba la puesta a punto del Palacio de Benicarló como sede las Corts Valencianes con la recién estrenada autonomía. O en una de aquellas noches de La Marxa, el local que al centro de Ciutat Vella aglutinaba toda la energía de la modernidad valenciana en los años ochenta y donde ejercía de musa no oficial, Olga Poliakov. No sé si todavía eras la nueva y flamante decana de la Facultad de Derecho o te acababan de nombrar Directora General de Cultura bajo la autoridad de Ciprià Ciscar. Te vuelvo a ver. Ahora llevando aquel vestido túnica plateado de Issey Miyake en la recepción que se daba a los Emperadores del Japón en el Palacio Real eclipsando a todo el que se ponía a tu lado. Hasta el mismísimo Emperador Akihito te miraba curioso de la cabeza a los pies. O juntos en aquel concierto en el Palau de Sant Jordi de Barcelona en el que Serrat celebraba las canciones de la Nova Cançó. Su memoria sentimental. Su educación musical junto al grupo Els Setze Jutges. Ahora te vuelvo a ver, en este vaivén de la memoria, encabezando un grupo de mujeres en una manifestación en el Día de la Mujer por las calles del centro de València. Esa militancia feminista que acabó vertebrando tu vida junto con la defensa de la cultura como arma insurgente y transformadora. Con la sonrisa, la revuelta.

Al final del documental Les Demoiselles de Rochefort ont eu 25 ans de Agnès Varda, una realizadora a la que admirabas, aparece la frase -creo que alguna otra ocasión he hecho alusión a ella-, «Le souvenir du Bonheur, c’est peu-être encoré du Bonheur», el recuerdo de la felicidad es quizás la felicidad. Una frase que concluye un documental dedicado a reconstruir la memoria feliz del rodaje de la película musical Les Demoiselles de Rochefort de Jacques Demy en esta ciudad francesa en 1966 protagonizada por Catherine Deneuve y su hermana, la malograda, Françoise Dorléac. Los recuerdos -como los que recoge la pelicula de los habitantes de Rochefort que colaboraron en el rodaje- se van depositando en nuestras vidas de una manera aleatoria. Unos acaban borrándose y otros, en cambio, terminan por fijarse, en ese espacio que transita, con billete de ida y vuelta, entre el dolor y la felicidad. Entre la melancolía y la dicha. También las personas. Unas, que hemos olvidado, otras que restan, a lo largo de nuestra existencia, acaban formando o siendo parte de nuestra vida misma. Todas, de un modo u otro, han ayudado a construir ese hilo del tiempo que ha ido tejiendo la vida. Como tú, Carmen.

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