Es la sensación que produce la observación de los acontecimientos que se vienen desarrollando en Cataluña, y esto, por más que el presidente en funciones, Pedro Sánchez y su ministro en funciones de interior, Marlaska, intenten disimularlo con las reiteradas y ya tópicas manifestaciones de actuación moderada y proporcional.

Es cierto que suenan muy bien para ciertos sectores de la élite izquierdista, animosos para con el proceso independentista catalán, pero dudo que esta percepción pueda resultar válida para un observador, digamos de a pie, es decir, para el ciudadano medio español. Este sentimiento se deriva de una observación sistemática de cuanto se viene informando en los medios de comunicación, especialmente en los televisivos; donde hay situaciones puntuales de violencia que impresionan por su magnitud y precisamente por su desproporcionalidad a favor de los manifestantes.

Efectivamente, ante muchedumbres de manifestantes organizados y preparados para la batalla callejera con las fuerzas del orden, se ve a éstas, en multitud de ocasiones a punto de ser desbordadas, y en otras, realmente superadas, viéndose obligadas a refugiarse en los vehículos en los que se desplazan para no ser literalmente arrolladas por los manifestantes, pues éstos, en muchas ocasiones, no sólo no rehúyen el enfrentamiento con la policía, sino, que más bien buscan el choque frontal con ésta. Actitud que denota, sin duda, una evidente temeridad, quizá con base en que se hallan, aunque insistentemente manifiesten lo contrario; ante una fuerza pública cuya actuación es más bien moderada y respetuosa con el derecho democrático y pacífico de manifestación. Derecho que, sin embargo, viene siendo flagrantemente vulnerado de manera sistemática por estos grupos de jóvenes radicales.

Parece que el Gobierno estima que nos hallamos ante una mera cuestión de orden público que encaja dentro de la normalidad democrática, pero los hechos objetivos parecen desmentir esta apreciación. Por un lado, porque aunque el motivo alegado es la protesta contra una sentencia del Tribunal Supremo que condena a los diferentes encausados a penas de prisión considerables (a mi juicio en proporción a los graves delitos cometidos contra la Constitución más democrática habida en nuestro País), en realidad, la causa es mucho más profunda, pues los movimientos de los manifestantes cada vez recuerdan más a lo acontecido en la plaza del Maidan, en Kiev, donde se trató de un movimiento revolucionario que acabó derrocando al gobierno legalmente establecido en Ucrania. De hecho, los denominados CDR, ya han anunciado que llegan a Barcelona para quedarse, se entiende indefinidamente. Y no se debe olvidar que su objetivo es lograr, nada menos, que la independencia de España.

Por consiguiente, si el presidente Sánchez y su gobierno, mantienen por más tiempo esta actitud de condescendencia y cierta pasividad con los numerosos cortes de carreteras, cortes de vías férreas, bloqueo de aeropuertos, incendios y enfrentamientos de la población por doquier, con batallas campales de carácter revolucionario contra la integridad territorial del Estado, podemos llegar al objetivo pretendido por los independentistas de la consumación de la secesión de Cataluña.