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Micalet y Carmeleta, en el Valle de los Caídos

Joan y Pere Joan Miró, espardenyers, fueron asesinados por las tropas borbónicas que entraron en Vila-real a sangre y fuego el 12 de enero de 1706. De una población de 3.000 habitantes 272 hombres, siete clérigos y 17 mujeres fueron muertos al enfrentarse a las tropas del Conde de las Torres. Aquellos fallecidos fueron enterrados sin un minuto de gloria porque la villa estuvo del lado de las tropas del Archiduque de Austria. Miquel Miró Estupiña, espardenyer como sus antepasados, no participó en la Guerra Civil española, pero está enterrado en el Valle de los Caídos Su esposa, Carmen Roca, fallecida antes del comenzó de la Guerra Civil está con él en el Valle de los Caídos.

Miquel y Carmeleta eran molt beatets y pidieron ser enterrados en tierra santa y con el hábito de San Francisco. Los Candau están en nichos cuya propiedad renueva mi primo hermano Félix Quirós Candau. Miquel era carlista y de él heredé una revista La Bandera Regional en la que toda la portada estaba dedicada a su rey, Alfonso VII, que tenía a los pies un precioso perro. En las elecciones anteriores a la República un prócer de la ciudad, don José Pascual llevaba a los viejos a votar en automóvil a votar con gran disgusto de su hija Carmen y su yerno Francisco.

De las costumbres de ambos aún recuerdo las que contaba mi madre. La abuela Carmeleta no perdía ocasion de merendar o desayunar valencianas. Dormir la eternidad en tierra santa fue traducido en un modesto panteón delimitado por unas verjas de madera. En el frontal, una redonda placa de latón con el nombre de ambos. Todos los primeros de noviembre mi madre acudía con un frasco de Kaol para dar brillo a la placa.

Un día falleció un señor al que considerábamos el último de Filipinas, nuestro último de Filipinas. Era muy reconocible porque padecía espondilitis anquilopoyética. Se estaba doblando hasta la inverosímil. Su nieto era amigo mío y le acompañé hasta el cementerio tras el féretro de su abuelo.

Traspasado el umbral del recinto vi que en la acera de la derecha había dos grandes arcones de madera gris con número de varias cifras en uno de sus lados. Pregunté y me dijeron que eran los restos de unos soldados que estaban en una zanja y los llevaban al Valle de los Caídos. En Vila-real, la noche anterior a que las tropas de Franco se hicieran totalmente con el poder, hubo soldados de los bandos que durmieron en el Hostal del Pilar (Hostal de Pedás). En la oscuridad no se reconocieron. Los tiros llegaron cuando la luz definió a soldados enemigos.

Como solía hacer dirigí mi vista hacia el lugar en el que estaban enterrados los bisabuelos y mi sorpresa fue comprobar que los habían exhumado junto a los vecinos de la zona y sus huesos, según me confirmaron en el camposanto, estaban en los arcones. No había caducidad en la propiedad del enterramiento y por lo tanto se había producido un atropello. En otras poblaciones. habían entrado a saco en los cementerios para arramblar con huesos de fallecidos echados a fosa común, con el fin de el pueblo tuviera presencia en Cuelgamuros.

Mi madre no creyó en mi explicación y cuando llegó mi padre le relaté lo visto y toda respuesta fue ésta ¡Tú qué quieres que haga tu padre? ¿Otra vez a Porta Celi?

No existió protesta de ningún tipo. Desde el balcón de casa con la persiana echada tras la cual vimos, sin que no vieran, el desarrollo de los actos patrióticos. Presenciamos como dos camiones cargados con los arcones salían de la Plaza Mayor en presencia de autoridades y clero y un buen número de paisanos. Mi madre se persignó y debió musitar un Padrenuestro mientras no podía contener las lágrimas. Fue su adiós al abuelo Micalet y a la abuela Carmeleta. Nunca fue al Valle de los Caídos. Nunca más usó el Kaol para abrillantar la placa con los nombres de ambos.

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