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La socialdemocracia y las dos grandes transiciones

Las transiciones que más importan en el siglo XXI son la digitalización y la descarbonización, dos procesos con importantes diferencias entre ellos, pero simultáneos y sinérgicos. La creación de riqueza ha estado asociada a la convergencia de: materias primas (recursos naturales), capital y trabajo físico o intelectual. La digitalización (conjunto de actividades económicas y hábitos sociales y personales generados gracias a las innovaciones procedentes de las ingenierías basadas en el formato digital) ha alterado sensiblemente el componente trabajo (¿empleo?) de manera tal que ya no es el mismo vehículo de distribución masiva de las posibilidades del bienestar de las personas. A su vez, la gran preocupación por la descarbonización (CO2 y de metano) se enfrenta al agotamiento de recursos naturales alterando con ello el tratamiento de este componente. Queda por preguntarse si el capital está a la altura de las nuevas necesidades y urgencias y es legítimo pensar que la socialdemocracia, con su indudable autoridad moral y sus errores y complacencias, puede ofrecer una alternativa política honesta y viable. Se trata de contrarrestar la insatisfacción, amargura y miedo que vive la mayoría de la población europea, devolviéndoles la confianza en las instituciones democráticas y en el futuro, especialmente a los jóvenes. Hablamos de Europa, ya que lo que pueda ocurrir en EE UU, China y otras áreas geopolíticas tiene parametrizaciones distintas.

La discusión académica sobre si el devenir de lo digital es o no, otro caso de «destrucción creativa» ya es cansina e inútil, pues lo único previsible son nuevos tipos de empleo y un orden distinto al de la época industrial. Hoy sabemos que tiene un doble efecto sobre el empleo, por un lado genera puestos con sueldos muy altos para una minoría de trabajadores especializados y por otro da lugar a una proliferación de empleos mal pagados, para los que no se necesita especiales conocimientos y habilidades.

Ante la crisis climática, todavía recordamos 2008, cuando la inventiva culpable de los banqueros de Wall Street condujo a una de las crisis económicas más graves de la historia. Deshonrosos, despreciados por su amoralidad y avaricia, los financieros, representados a los ojos de todos, incluidos algunos candidatos a las funciones estatales más altas, eran el enemigo a destruir. Una década después, mientras los termómetros muestran registros inquietantes y se despiertan escenarios de apocalipsis, es a esta misma clase financiera a la que los Estados, profundamente desamparados y desunidos frente a la crisis climática, se dirigen para tratar de salvar al mundo. Parece que con sus billones de capital, estos ex delincuentes fueran los únicos capaces de responder al estancamiento social y ecológico. No en vano, según el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, se necesitarían 6 billones de dólares [5,41 billones de euros] anuales para seguir la trayectoria, de quedarse solo con un calentamiento de 2 ° C, decidida en París (COP21; 2015). Es un peligro y una oportunidad para la socialdemocracia.

No se trata de buenismos repentinos, pero en los últimos años, bajo la presión de los escándalos, los desastres climáticos y la sociedad civil, puede haberse desarrollado una nueva mentalidad que Marx no podía sospechar. El Banco Europeo de Inversiones, más importante para nosotros que el Banco Mundial, en respuesta a Ursula von der Leyen, presidenta electa de la Comisión Europea, va a ser el banco climático de la UE. En un primer paso se eliminarán gradualmente los proyectos de energía que dependen de combustibles fósiles y se ayudará a todas las economías en la descarbonización.

Este verano sufrimos temperaturas récord y redujimos rendimientos de los cultivos, debido a la sequía del año pasado. Las inundaciones y otros fenómenos climáticos cuestan a las ciudades miles de millones anuales, además de poner vidas en peligro. Sin embargo un nuevo orden pensado para la lucha contra el calentamiento también representa una oportunidad, para el empleo si hacemos inversiones profusas y urgentes en energías renovables; tecnologías de baterías; racionalización de la movilidad; edificios eficientes, etc. Mientras surjan estas nuevas instalaciones, las existentes seguirán funcionando hasta su cierre definitivo.

Estamos frente a deberes vitales del capital, no evaluables en sus términos habituales. Cuando se habla de triplicar los retornos se computan aquellas pérdidas evitables si nos pertrecháramos con infraestructuras y tecnologías que soportaran eventos climáticos extremos. El beneficio, a corto, será el empleo y a largo, la sostenibilidad del planeta. Siempre y cuando una parte significativa del mundo, incluida Europa, decida seguir con rigor las recomendaciones de París que deben formalizarse en Santiago de Chile (COP25) el próximo diciembre y que van a tener enormes consecuencias sobre el empleo.

El actual momento que vive Chile es una mala noticia para todos, ya que hay que procurar que las reflexiones tengan lugar con la mayor frialdad posible. Reconozcamos al país austral la gallardía que tuvo de encargarse de esta cumbre, cuando el Brasil de Bolsonaro decidió rechazarla. Por ello, es importante que rechacemos llamamientos como los de la extrema izquierda francesa que parlamentariamente han pedido que Francia se retire de esta COP25, por los problemas sociales existentes, como si no hubiera habido bastantes palos en las ruedas de una respuesta que afronte como especie el calentamiento actual, que solo delincuentes contra el género humano (¿Trump?) niegan.

Una nueva socialdemocracia deberá explicar a las clases populares que no deben vivir sin conocer las consecuencias que, para sus vidas y las de sus hijos, tiene tanto este calentamiento, como los avances científico-tecnológicos. Hablamos de políticas que creen resiliencia, apoyen la capacitación y ayuden a las personas a prepararse para nuevos modos de trabajo y estilos de vida.

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