Con los últimos resplandores de la tarde, cierro los ojos y viene a mí la placidez de los paisajes del Maestrazgo. Este caluroso otoño levanta brumas que dulcifican los perfiles de los montes de Castelló. Las sierras se encabalgan como ensueños azules. Al amanecer, entre Castellfort y Cinctorres, el rocío hace brillar los prados y, cuando levanta la mañana, deslumbran los ocres de los arbustos, los amarillos de los chopos, los rojos de los macizos en las umbrías de los barrancos. No hay que irse lejos para toparse con la España vaciada. Basta abandonar la costa, esa absurda megalópolis que se ha formado desde Barcelona a Cádiz, para entrar en la lentitud mística de los paisajes vacíos. Una hora de viaje sin ver un ser humano cuando, por fin, preguntamos a un paisano en Castellfort por el camino hacia Cinctorres. Ha perdido el gusto por hablar y le basta con lanzar la mano, mandando al aire fresco a los intrusos. Una hora después, y desde lo alto de un portechuelo, aparece Morella coronada de niebla.

Con una puerta de Sant Miquel tan espectacular como la de Serranos, no hay forma de caminar por la calle porticada de esta ciudad sin creer que te vas a encontrar de bruces con el Tigre del Maestrazgo. Estamos ante una ciudad épica, que lucha por mantenerse señera en medio del poderoso altiplano. No comprendo cómo Juego de Tronos no dio con este lugar, el reino perfecto de frontera entre Desembarco del Rey e Ivernalia. Un rey del norte habría sido feliz aquí, en esta tierra dura y hermosa. Y eso es Morella. Una frontera. Punto principal entre Aragón y Cataluña, fue la primera fortaleza que Jaume I reclamó para su realengo.

Hemos venido hasta aquí para conmemorar los cuarenta años del Anteproyecto de Estatut de Morella, que puso las bases del proceso autonómico valenciano que culminaría en 1982. Para celebrar esta efemérides se han reunido algunos de los redactores de aquel anteproyecto de Estatuto junto con unas decenas de personalidades, periodistas, profesores y actores sociales. Poner de acuerdo a toda esta tropa de calidad corrió a cargo de Alfons Llorens, un hombre de trato suave, sin aristas. El ideal para organizar una conversación amable.

Por mi parte solo pude escuchar la mesa redonda del domingo. Fue la mesa final y reunió a Ximo García Roca, Ximo Azagra, Joan Romero y Francisco Pérez. Será difícil encontrar junta tanta inteligencia, compromiso y fidelidad al estudio de las realidades valencianas. Un filósofo siempre trabaja con conceptos, pero lo hace para no enredarse en ellos. Su hambre verdadera es de realidad, pero ésta sólo se percibe cuando los conceptos no te desorientan. Por ejemplo, cuando García Roca pone el foco en la noción de vulnerabilidad social, se abre un inmenso espacio de realidad ante nosotros. Ahí viven aquéllos que no están ni integrados ni marginados. Si reparamos en esta noción, dejamos de pensar en términos de individuos necesitados y pasamos a reconocer una amplia franja social cuya vida dependerá de si esta es cuidada. Ello nos obliga a ver el problema de la política social desde el conjunto de la realidad social. Superamos así la pretensión dominante, que lo centra todo en el individuo. Sabemos que ese es el camino para imponernos una exclusiva conciencia de culpa.

La conciencia de culpa individualizada es la coartada perfecta para destruir el sentido de la política. Las demás intervenciones coincidieron en el análisis y evaluación de las políticas públicas y alertaron de las dificultades que encara la Comunitat Valenciana. Resulta evidente que aunque la Comunidad ha crecido, y mucho, en estos cuarenta años, en población y en producción lo hace menos que las demás y así se va acercando más a la Comunidad de Extremadura y se aleja de la Comunidad de Madrid. Las cifras de esta tendencia son irrefutables. Azagra recordó que si bien València se posicionó muy bien en la primera globalización de finales del siglo XIX y XX, no lo ha hecho en la segunda. Y esto sucede desde los años 80 del siglo pasado. Desde entonces se produce una constante caída de productividad del capital, no sólo del trabajo. La baja productividad sería así doble, multiplicada. El capital se dirige a sectores marginales y además en esos sectores no se es líder. En esa doble baja productividad coincidieron los tres analistas de la mesa.

Todo eso explicaría que ese capital se lanzara con furia a la burbuja inmobiliaria, hasta llegar a constituir el 15% de la actividad económica. La descapitalización que siguió a la burbuja fue letal. El problema no es solo valenciano, desde luego, pero es más valenciano. Joan Romero nos explicó que es un problema europeo. Mientras que en los pilares de la tierra, en ese mapa del siglo XXI que tiene su centro en Rusia, China, India, Nueva Zelanda y Australia, se produce una nueva clase media mundial, en Europa las clases medias se hunden y se dispara la desigualdad. A esta heterogeneidad social se añade la que más nos concierne, la que se da entre el norte y el sur, y que intensifica la primera. Esa diferencia atraviesa también la Península Ibérica. Por tanto, no sucede en València nada extraño, sino lo mismo que en Europa, pero su lugar se desplaza hacia el sur. La evidencia más intensa de este desplazamiento es que las tierras valencianas ya son las penúltimas de España en retención de talento.

Y sin talento no habrá innovación ni aumento de productividad, y sin ambas cosas costará mucho crear ocupación para las jóvenes generaciones. Joan Romero defendió implicarnos en los objetivos europeos de innovación y transición ecológica y exigió el despliegue de la Agencia Valenciana de Innovación, además de revisar el sistema de formación y aprendizaje permanente. Y esto porque, como señaló Francisco Pérez, director del Institut Valenciá d’Investigacions Econòmiques, es preciso mejorar la baja profesionalidad de las empresas valencianas, como se ve en la capacidad limitada de digitalización, una batalla que se está perdiendo, si pensamos que solo el 4% de las empresas tienen departamento digital. Todo ello redunda en una baja productividad, con empresas de alta mortalidad, con temporalidad ocupacional y poca formación profesional.

En esta situación, la adecuada función del sector público es decisiva. Como dijo Joan Romero, la mejor financiación es una condición necesaria, pero no es suficiente. Por supuesto, Francisco Pérez señaló que el déficit de la Comunidad, equivalente a tres años del presupuesto, sólo puede absorberse con mucho crecimiento, pero será inevitable una compensación, porque ese déficit no se ha producido sólo por corrupción o despilfarro, sino también por gastar en servicios públicos incluso menos que otras Comunidades. En todo caso, el capital público invertido por habitante en la Comunidad es menor que en las demás autonomías y se atrevió a dar cifras: tres mil millones más acortarían considerablemente la pérdida de renta. Ese déficit se manifiesta en todo tipo de infraestructuras, desde la de personal (13% menos que otras Autonomías) al Corredor Mediterráneo. Pero también se destacaron otros datos, como la lentitud de los procedimientos de contratación. Por decirlo con sus palabras: no basta gastar, es preciso gastar bien. Y eso implica someter las actuaciones de la Administración a evaluación, un asunto del que, como recordó Ximo Azagra, las izquierdas no quieren hablar, reacias casi siempre a la cuestión de la eficiencia.

Dos detalles adicionales reflejaron bien el espíritu del acto, en el que coincidieron todos los oradores. Es preciso introducir el pensamiento estratégico en la agenda política. Pero también, como dijo Joan Romero, proponer un relato capaz de forjar un poder político valenciano sobre bases nuevas, más transversales, para defender con voz clara e intensa los intereses valencianos. Sin poder político fuerte, nada será posible. De otro modo, recordó Azagra, sólo se podrá llegar a acuerdos de mínimos para mantener el statu quo. Sin embargo, cuando otros mejoran, esto es lo mismo que perder.