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A vuelapluma

Alfons Garcia

Las cuentas cuentan como nunca

Las manías no las curan los médicos. Es una frase que me devuelve a la infancia. Una de las mías ahora es, al desayunar, abrir un libro por una página en busca de orientación para encarar el día. Es una forma de reivindicar el azar como puerta de acceso al conocimiento. No tan honrosa como otras más esforzadas, pero a veces efectiva. El secreto está en el libro donde husmear. Rafael Sánchez Ferlosio me regaló ayer este aforismo: «Los días felices los pone allí el recuerdo. Por eso son tristes». Y el café con leche se enfrió de golpe.

Parece que los dos principales partidos del Pacte del Botànic empiezan ya a pensar en felicidad en términos de pasado. Como si desgastar conjugara mejor que acordar. Cualquier motivo, por anecdótico que sea, vale si exhibe la distancia con el socio. Se ha visto con el episodio de la web ahoraespaña.com. Compromís ha cedido a regañadientes a redireccionar a la campaña de Pedro Sánchez el dominio que aparece en los sobres electorales del PSOE (y que se adelantó avispadamente a registrar), pero ha costado un potosí y han tenido que mediar principales de un lado y otro. Más que socios en el Consell, han parecido rivales sin obligación de lealtad mutua.

Y de la gamberrada al gran asunto de cualquier gobierno: los presupuestos. Hoy debe celebrarse el día anual del pacto. El Botànic fue ejemplar en la primera legislatura. Nunca falló, a pesar de los funestos presagios de la oposición y de las tristes experiencias tripartitas en otros territorios. Cuatro años con las cuentas presentadas en tiempo y forma. Eso anunció el president Puig que volvería a suceder en 2019 tras unas conversaciones con Oltra y Martínez Dalmau. Sin embargo, a pesar del cónclave, las conselleries de Compromís, con la vicepresidenta a la cabeza, no han aceptado después el restrictivo proyecto, sin incremento del gasto, que Puig y Soler predican para no descalabrar el déficit. La cuestión es hasta dónde llegarán unos y otros: si en la famosa media hora final de la negociación Oltra rebajara las exigencias o si Puig y Soler harán malabares en las cuentas de las conselleries socialistas (Ana Barceló ya debe estar temblando) en pos del bien Botànic. Es el ambiente de otros años. Lo nuevo es que esta vez se oyen más las voces contrarias a cualquier cesión. Si todo fuera cuestión de atmósfera electoral, entraría dentro de la lógica, pero uno percibe el aroma áspero y turbio que exhalan las cicatrices abiertas. En todo caso, las consecuencias de una fractura hoy por las cuentas serían tan graves para el gobierno de izquierdas que deberían hacer desistir a uno y otros.

Y más, después de un día agrio para el Botànic, con decisiones contrarias al exalcalde socialista de Alicante, a las ayudas a Air Nostrum y a las del valenciano en los medios de comunicación, que afectan a la empresa del hermano de Puig. Ningún asunto judicial es baladí, pero la equidistancia no debe llevar a la injusticia de equiparar este último caso a las grandes causas de corrupción protagonizadas por exmandatarios del PP (no enumero porque el artículo no da para más). A mí, no obstante, no se me quita de encima la duda de si, para el Botànic, la felicidad es materia para el recuerdo.

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