Amar i protegir totes les persones i el poble; fer regnar la justícia i vetlar perquè els grans no oprimisquen els menuts. ¿Cabe mejor definición de la política que ésta que nos dejó Jaume I hace ya más de 700 años? En estos momentos, en que la política esta tan denostada, estas palabras del Conqueridor deberían iluminar la acción política de todo gobernante. Y es que la política se habría de entender como el arte, y la obligación, del buen gobierno, de amar y proteger y de hacer lo justo. Además habría de dirigir sus esfuerzos para conseguir el bienestar de la ciudadanía, en especial de quienes son más frágiles, y para que los fuertes no opriman a los más desaventajados.

La política es el ejercicio del gobierno de la polis y no consiste en ganar el poder de cualquier modo, ni siquiera con el democrático derecho al voto, para ejercerlo contra nadie sino para el conjunto de la población y del bien común. Tampoco consiste en ejercerlo contra el adversario político porque éste perdió las elecciones. Ni siquiera es lícito ignorar su existencia laminando su presencia por pura exclusión porque quedó en la oposición. Aún en la oposición representa a miles de votantes que deben ser tenidos muy en cuenta.

Quienes ejercen la política, en tanto que personas que pretenden representar, o que ya representan, a una parte de la ciudadanía, deben ser ejemplares. Su comportamiento ético no es algo opcional. La frase que nos legó en su testamento Jaume I, nos debe hacer reflexionar sobre el papel de los gobernantes de hoy. Porque su función primordial es la de alcanzar el mayor bienestar del pueblo. Para quienes gobiernan, sin embargo, lo que con tanta claridad podría y debería estar en el ADN de la clase política, se ve oscurecido con intereses espurios que acechan su ejercicio diario.

¿Cómo podemos lograr que la política y los gobernantes cumplan su función? Estamos convencidos de que el diálogo es la mayor y mejor herramienta para hacer política de la que disponemos. De hecho, ¿cuál es uno de los elementos diferenciadores del ser humano respecto a otros seres vivos de la naturaleza? Sin duda, su capacidad de dialogar. Con el diálogo nos volvemos permeables a las diversas realidades que nos superan ya que, como seres individuales, nuestra capacidad de experimentar es limitada y, de esa manera, se enriquece con las otras realidades que nos rodean. Es, en este ámbito, donde el diálogo resulta fundamental para la convivencia.

Y es que el diálogo proviene de la palabra latina dialogus y ésta del griego diálogos, que se traduce como ‘conversación de dos o de varios’. Supone un intercambio de ideas entre dos o más personas que sean permeables a las ideas y experiencias del otro. Algo muy distinto del duólogo, que el filófoso Raimon Panikkar definía como «un intercambio de monólogos entre dos o varias personas», y que no tiene posibilidad alguna de mestizaje y enriquecimiento entre interlocutores.

Visto el actual panorama español donde quienes nos gobiernan se presentan a las elecciones con eslóganes como «yo no me sentaré a dialogar con esta persona», o «no está en nuestro programa electoral el sentarnos a pactar con este partido» o, sencillamente y aún peor, «nunca gobernaré con el partido...»; decíamos que visto este panorama quizás nos deberíamos plantear recuperar el diálogo como centro de la vida pública española. En un panorama, pues, donde no se prevé mayorías electorales, el diálogo es la única herramienta que garantiza a la ciudadanía la posibilidad de existencia de un gobierno que vele por la felicidad y el bienestar de la sociedad. La alternativa ya sabemos cuál es. Pero mejor será si nos centramos en el Diálogo.