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Picatostes

De entre los muertos

En fechas tan señaladas el título era casi obligado, así que con el permiso del señor Alfred Hitchcock, encabezamos el texto con titular de inspiración cinematográfica, Vértigo o De entre los muertos, la película donde el amor, la pasión obsesiva y la muerte acababan encadenándose diabólicamente para desasosiego -y confusión- del espectador. El llamado mago del suspense alcanzaba su cenit en la sublimación del prototipo de la rubia misteriosa, inaccesible y fría, aquí la actriz Kim Novak embutida-para su disgusto-en un traje chaqueta gris diseñado por Edith Head. También podría haber tirado mano del refranero o del listado musical a la hora de titular, dos fuentes que siempre nos ofrece soluciones muy imaginativas en el argumentario de carácter fúnebre; ahí está Peret y El muerto vivo, seguramente una de las mejores canciones de argumento necrófilo del cancionero popular español. Lo de El muerto vivo también habría podido servir para ambientar la exhumación de Francisco Franco a la vista del renacimiento franquista en directo y televisado de la momia de El Valle de los Caídos que hemos vivido estos días pasados. O para Albert Rivera, a juzgar por las encuestas que están apareciendo las últimas semanas.

El Día de Todos los Santos siempre lo recuerdo por unas velas o candelitas, les palometes, que ardían en casa y que mi madre ponía en recuerdo de los difuntos familiares, per les animetes repetía mientras iba encendiéndolas. De aquello ha pasado un cierto tiempo y hoy en día las celebraciones mortuorias desde que Halloween ha colgado el cartel de «no hay entradas» como celebración lúdica, que el día de los difuntos ya no es ni sombra de lo que era. Sólo hay que ver los hijos de mis vecinos metiendo miedo al personal disfrazados de monja zombi, esqueleto ensangrentado o payasa risueña. Las webs de disfraces infantiles para Halloween son un pozo sin fin de fantasía y perversión. Siempre me entran ganas de disfrazarme de Mr. Scrooge, el personaje navideño de Charles Dickens conocido por sentimientos bondadosos hacia la infancia… El culto de los muertos y de los seres queridos- como el título de la vitriólica sátira sobre el negocio fúnebre del escritor Evelyn Waugh- ha dado, entre otras muestras, las mejores pruebas del peor mal gusto. Basta darse un paseo por los cementerios municipales para observar la estatuaria que acompaña algunos de los huéspedes y notables difuntos que en ellos reposan. Los historiadores del arte y del gusto señalan el siglo XIX como ese punto de inflexión donde la estatuaria pública comenzó a deslizarse peligrosamente hacia un monumento escultórico cada vez más degradado, tanto en lo que corresponde a sus valores estéticos como éticos. Los cementerios se convertirán en uno de los territorios abonados para este monumento edulcorado, melodramático y barnizado de falso pathos. La teatralización de la muerte. Los cementerios de perros son por ahora la última representación y triunfo de este kitsch con acento fúnebre y lirismo cursi.

En el archivo musical de mi adolescencia figura la canción Si la muerte pisa mi huerto de Serrat donde el cantante reflexionaba- no sin cierta ironía- sobre un asunto como la muerte y el traspaso a más allá, que para un adolescente acostumbrado a oír «Tengo el corazón contento lleno de alegría» y «Un rayo de sol, oh, oh, oh» resultaba bastante dramático en plena revuelta hormonal. Gracias a un libro que se acaba de publicar, Serrat en la Argentina de la periodista Tamara Smerling, un texto muy recomendable por la visión que ofrece del cantante desde el otro lado del Atlántico, leo que la canción no estuvo exenta de cierta polémica ya que algunos críticos señalaron sus «coincidencias» con una canción del poeta brasileño Vinicius de Moraes, A Hora Intima cuya letra guarda demasiados parecidos con el tema serratiano. De la inspiración al plagio ya se sabe que a veces solo lo separa una delgada linea de creación. O falta de vergüenza. Una canción como Mediterráneo, aquí también con apartado y celebración de la muerte, sin duda debe bastante a la canción Supplique pour être enterré à la plage de Sète de Georges Brassens. Como también le debe Les meves vacances de Ovidi Montllor, cámbiese Sète, la ciudad mediterránea del Languedoc por el paisaje del Barranc del Cinc. Mucho antes que Serrat y Ovidi Montllor expresaran su gozosa celebración fúnebre, Jacques Brel había hecho camino -hacia el cementerio- con su tema Le moribond, despedida festiva como no podía ser de otra manera en el maestro belga; la muerte aparecía como un momento para la celebración, baile y alegría. Un paso más en su desmitificación, que en los tiempos de Halloween nos llega con olor a guardarropa de tiendas de disfraces y pack familiar fin de semana en Port-Aventura. Hasta un director como Tim Burton ha conseguido que la veamos -la muerte- con buenos -y divertidos- ojos en la figura de un personaje como Bitelchus, uno de los difuntos o «muertos vivos» más descerebrados y cachondos que ha dado la pantalla.

A la vista que el próximo inicio de campaña electoral está señalado para el día 1 de noviembre y siendo una fecha tan señalada, igual nuestros representantes políticos dejan la aburrida y triste pegada de cárteles por una performance de carácter lúdico como nueva forma de marketing electoral. Ya me veo, por ejemplo, a Pedro Sánchez apareciendo en la sede de Ferraz disfrazado de El Joker o a Pablo Casado convertido en una estilizada Catwoman junto a Cayetana Álvarez de Toledo como la terrible Maléfica saludando a sus votantes desde un balcón de la calle Génova. Pablo Iglesias podría optar por Jack Skeleton, el protagonista de Pesadilla antes de Navidad y Albert Rivera, haciendo pareja, como La novia cadáver. Cerrando el cortejo electoral, Iñigo Errejón, como Chuky, y Gabriel Rufián, como Morticia, la matriarca de La familia Addams. Por su parte Joan Baldoví podría dar la sorpresa vestido de La Moma, nuestra tradicional figura del Corpus, ahora como «La Moma ensangrentada».

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