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A vuelapluma

Alfons Garcia

Esperanza después de la derrota

Hemos sobrevivido a la gran crisis, pero los indicadores, que dicen que se ha recuperado la creación de riqueza y empleo, no dicen siempre toda la verdad. Los pequeños detalles completan un retrato más exacto. Ya tenemos la primera condena a prisión permanente revisable en la Comunitat Valenciana (hay una docena en toda España), y el hecho ha sido digerido con naturalidad. Hace no más de seis años era asunto de encendido debate porque la derecha, representada entonces imperialmente por el PP, pretendía regular esta versión eufemística de la cadena perpetua que nos empequeñece como sociedad, ya que antepone el ansia de castigo a los objetivos reeducadores de la reclusión penal. Hoy, en este mundo postyihadista y tan sensible al populismo, parece una realidad asumida. Si lo unimos a la amenaza a los avances en la diversidad sexual y el feminismo que representa la ultraderecha, el paisaje no es apacible.

La declaración de Granada del PSOE es de julio de 2013, cuando la pulsión soberanista se empezaba a destapar en Cataluña. Dice que «ni el retroceso ni la ruptura son la solución que España necesita. Pero tampoco lo es

inmovilismo». El texto madre de los socialistas en cuestión territorial ha sido recuperado in extremis en el programa electoral porque el PSC lo ha recordado. El olvido tiene el valor de señalar la tentación a la inacción que es gobernar. Si los socialistas se alejan del discurso de la plurinacionalidad, que el PP ridiculiza sin pudor incluso después de haberse moderado, nos vamos a una España más centralista y rota. Si es mejor mirar a otra parte, aunque sea estrategia electoral, que hablar de una reforma del estado autonómico como «único punto de encuentro posible para restablecer el consenso territorial en España» (eso dice la declaración), nos vamos a un país abierto en canal entre quienes buscan romper y quienes quieren más España como forma de decir menos diferencias. Sin puentes.

Que la desigualdad ha crecido en la última década es un hecho incontestable. Los datos de aumento de la pobreza y de concentración creciente de la riqueza son tan repetitivos como alarmantes.

Sí, hemos sobrevivido a la gran crisis, pero hay indicios de que tenemos un país más estático en derechos sociales, más desigual y tensado territorialmente hasta el límite. Es verdad que nos hemos despertado ante la emergencia climática, pero tras una fiebre de ladrillo y avaricia que ha devorado la costa. Es quizá la brizna de ilusión a la que aferrarse hoy. El panorama es para pocos triunfalismos, pero hay indicios de que la esperanza ha sobrevivido. Lo dice Ken Loach, uno de los mejores paisajistas del entorno social occidental: los pueblos siempre resistirán, porque siempre quedará alguien que luche, afirma. Así sea.

Así volvemos a unas elecciones, que no son autonómicas, pero de las que va a depender la estabilidad de un gobierno valenciano con más ganas de guerra interna que hace cuatro años, Si la inestabilidad continúa en España, si lo que surge es un gobierno débil, el inmovilismo en la financiación autonómica acercará a Compromís a compartir posiciones con la oposición contra el PSOE gobernante. Si el conflicto catalán continúa en llamas, hay síntomas de un joven y nuevo grupo de poder en Compromís, enraizado en el Bloc, dispuesto a plantar cara a Mónica Oltra y al mensaje imperante sobre Cataluña. Si tras el 10N no hay un gobierno mínimamente estable (lo que se pueda en tiempos de multipartidismo), la legislatura se atragantará también en la C. Valenciana. Pero nada de eso aún no ha pasado.

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