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El terror del final del contrato

El disfraz que más miedo da este Halloween es el de tu casero llamándote. Escalofrío. Espinazo rígido. Es el momento temido para tantísimos jóvenes-no-tan-jóvenes. Es la llamada del ahorro pero a la inversa: es el telefonazo que de golpe te sube 500 euros el alquiler, una invitación a abandonar la casa más directa que las de Mercedes Milá en Gran Hermano. Pues nada, tocará hacerse propietario (o intentarlo), porque para pagar 700 euros por un piso de una habitación del que en tres años te pueden volver a echar pues ya te arremangas y bajas al barro hipotecario, comprando mes a mes algo más de seguridad. Toca sustituir Twitter e Instagram por Idealista y Fotocasa. Toca entrar en la búsqueda obsesiva, en la angustia de la cuenta atrás.

Por la cantidad que te gustaría gastarte solo encuentras: Establos. Viviendas que parecen establos. Oficinas reconvertidas en pisos. Casitas de aperos que se promocionan como chalets. Estudios con cero habitaciones. Vale, eres una ingenua: te preparas para una hipoteca mayor. Así, encuentras más sitios habitables y legales (¡qué suerte!), pero solo tienen una habitación (si tienes descendencia la tendrás que criar en una maceta, supones); o están en barrios que dan miedo o en pueblos lejos del trabajo que te obligarán a coger el coche cada día sí o sí. Es lo que hay. Pero si vas a soltar la mayor cantidad de dinero que gastarás de golpe en toda tu vida, ¿no podría ser por algo que te guste mínimamente en algún sitio que te guste mínimamente? Locurón.

Si quieres pelearlo solo te queda tirar de familia, para que aporten algo a la entrada. Eso, los que puedan, claro. Para el resto el mensaje es claro: señores, el ascensor social ya no funciona y los que no tengan a alguien que les pueda hacer de colchón que espabilen. El precariado tira adelante gracias a la prosperidad que lograron sus padres, que a su edad ya tenían dos hijos y algunos incluso se planteaban la segunda residencia.

El acceso a la vivienda es el problema y cuando lleguen las soluciones (si lo hacen) acumularán décadas de retraso. ¿Tenemos que esperar a que nos explote otra vez en la cara la burbuja inmobiliaria para volver a ver precios de viviendas «asequibles»? Lástima que eso coincidirá con una bajada de la actividad económica y un consecuente tsunami que afectará a los puestos de trabajo y a unos sueldos que aún no se han recuperado de la anterior crisis, de la que no aprendimos nada, como nos alertan desde entidades sociales como Cáritas.

¿Quién es responsable de esta nueva burbuja? ¿El alquiler turístico, los propietarios avariciosos únicamente interesados en cazar suecos adinerados, la falta de promoción de vivienda social, los fondos buitre? «Es el mercado, amigo», que diría Rodrigo Rato. Sí, un mercado desatado como un toro mecánico en el que la Administración no se atreve a subir, tomando medidas decididas como regular el precio del alquiler como se hace en Berlín. Locurón.

Ojo, que también hay quien culpa a los jóvenes de su fragilidad financiera. En 2016 el columnista australiano Bernard Salt observó a los hipsters desayunando aguacate y planteó: «¿Cómo pueden gastar en esto? Esos 22 dólares bien podrían ahorrarlos para la entrada de una casa». Como era de esperar, Twitter afiló sus lanzas. Osman le contestó en serio: «Incluso si dejara de tomar café y tostadas con aguacate, tardaría 30 años en ahorrar para una entrada de 80.000 dólares». Michael coincidió con Salt: «Tiene razón. Si los jovenes quieren una propiedad deben dejar de comer aguacate y comerse a los ricos». Es una idea.

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