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Cuidado con la tecnología

El divulgador Adolfo Plasencia ofreció hace unos días la conferencia inaugural del nuevo foro Luis Vives de la Universidad de València, espacio cultural auspiciado por Antonio Ariño para dialogar en torno a los retos sociales de la revolución tecnológica en la que estamos inmersos y sin que se nos haya mediado la reflexión necesaria.

Plasencia es autor de un ambicioso volumen de conversaciones con sabios de la ciencia y las humanidades editado por el MIT de Boston y de próxima traducción por PUV. En su faceta de auscultor de la realidad acelerada que vivimos, concluyó su disertación con algo de optimismo: anunció, precisamente, la creación de un observatorio multidisciplinar con la Filosofía en su núcleo central, irradiador, sobre las nuevas tecnologías, una plataforma creada por siete de las más importantes universidades anglosajonas del mundo -Oxford, Cambridge, Harvard, Yale, Stanford, Berkeley y el propio MIT- para el estudio del desarrollo tecnológico, sus potencialidades y, en especial, sus servidumbres.

El asunto compete a todos los conocimientos de nuestra civilización, pues la tecnología no solo es un juguete de expansión lúdica sin fronteras o una herramienta colaborativa para todas las ciencias y aplicaciones humanas, sino un poderoso instrumento de transformación de la realidad que llega, incluso, a suplantar la realidad misma para crear mundos extracorpóreos inimaginables, generando tanto hologramas como «viajes» interiores de ebriedad y psicodelia visual muy sentidos por los animistas, el misticismo o la juventud.

Esta movilización sensible de las universidades en torno a los problemas de la tecnociencia llega justo cuando uno de los gigantes de las redes sociales, Twitter, ha anunciado su negativa a publicar anuncios de contenido político tras comprobar el gigantesco tráfico de bulos -las consabidas fake news- que han circulado por su programa y los efectos manipuladores que provocan entre sus usuarios.

La medida twittera ha sido bien acogida por los demócratas y los círculos más progresistas de EEUU, pero en cambio la han criticado los republicanos, principalmente los grupos cercanos al presidente Trump. Otra plataforma, el Facebook de Mark Zuckerberg, ha considerado proseguir sus publicaciones sin filtros, pues declara que no compete a las compañías tecnológicas decidir quién o qué se publica o no en los «muros» informáticos.

La polémica está servida y se expande por nuestro país en medio de una campaña electoral durante la cual, de nuevo, aparecen cuentas en redes sociales de origen desconocido, soportes digitales que airean los peores trapos sucios, cuando no mentiras o tergiversaciones interesadas sobre los rivales políticos. Internet convertido en un muladar.

El asunto es serio, no solo por la pillería política suscitada, sino por el conjunto de alteraciones, algunas francamente perversas, que se provocan ahora mismo en torno a nuestra privacidad, la educación de niños y jóvenes, los usos antiéticos de la información o la suplantación de las noticias veraces por contenidos patrocinados€ todo lo cual ha transformado ya por completo nuestra cotidianeidad para situarnos en una dimensión nueva a la que ninguno de los poderes públicos reguladores está sabiendo hacer frente.

Antes de esta tormenta digital perfecta que nos descarga sin cesar rayos y centellas, el último mundo que conocimos, el del capitalismo social desarrollado bajo regímenes parlamentarios, descansaba sobre tres pilares fundamentales: la política -democrática-, la justicia -independiente-, y el periodismo -libre-. Ninguno de los cuales está sabiendo digerir esta llamada segunda revolución tecnológica surgida de la red.

Estamos a las puertas de una tercera oleada aún más transformadora, la de la inteligencia artificial, y el panorama no puede ser más caótico. Aquí no hay nadie que controle nada mientras las novedades se suceden a velocidad de vértigo. La prensa, por ejemplo, hace tiempo que ha claudicado y se hunde cual Titanic en el gélido océano de la información gratuita y las agencias de comunicación al servicio del cliente que mejor paga.

No le va mejor a la justicia, que todavía no ha pasado de la estilográfica recargable al ordenador, cuya clase jurisconsulta asiste con cierta curiosidad infantil al advenimiento de nuevas figuras delictivas. La brigada Aranzadi, como la ha bautizado Enric Juliana, está fascinada por el original descubrimiento que les supone el universo digital para su vademécum de leyes y conocimientos.

Con todo, los que andan cazando moscas con la tecnología son los propios políticos, entusiastas de las herramientas para la propaganda simplificadora y amplificada que los tiempos han puesto en manos de sus asesores de campaña. Incapaces siquiera de ponerse de acuerdo para evitar que las multinacionales del silicio residan fiscalmente en paraísos económicos, no se han planteado, hasta la fecha, ningún proyecto para comprender las conductas adictivas y los contenidos manipuladores de los nuevos dirigentes del mundo: los ingenieros de los dígitos.

Lo predijo Leibniz hace tres siglos tal y como recordó Adolfo Plasencia, que la combinación de apenas dos números basta para abarcar el universo infinito.

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