Vivimos en un estado de contradicción permanente en el que somos sujetos activos y pasivos de las consecuencias de la evolución del sistema económico y social. Instalados en los avances tecnológicos, en los que cada uno se defiende como puede, nos vanagloriamos de tener hábitos cotidianos que nos igualan hasta el punto que lo mismo da que estés en Nueva York que en València. Al propio tiempo convivimos con más o menos conciencia con las miserias y las vergüenzas colorarios de nuestro proceder individual y colectivo. Y todo este prolegómeno ¿para que?, sencillamente para señalar que comer sano, ecológico, con productos de proximidad, supera con creces la individual expectativa de cuidarnos o de satisfacer nuestro paladar aunque sea totalmente legítima.

Es cierto que hay voces discordantes en cuanto al alcance del beneficio para nuestra salud de la alimentación ecológica. Ahora bien, no será lo mismo comer alimentos procesados sin aditivos o producidos sin sustancias químicas ni pesticidas, que no. La agricultura ecológica y por ende la alimentación ecológica no es reciente. Fue a principios del siglo XX cuando se inició el movimiento orgánico, así llamado originariamente, aunque en nuestro país lo identificamos como ecológico y en Francia como biológico. Asociaciones como Demeter Internacional, Soil Associatión y Rodales , en Alemania, Reino Unido y Estados Unidos respectivamente , fueron las pioneras en poner en marcha un sistema de producción de alimentos y de consumo de los mismos que respondiera a unos parámetros como la biodiversidad, la reducción de emisiones contaminantes, de aditivos y conservantes, buscando el bienestar animal y con apoyo a las granjas y empresas locales. A pesar de estas señas de identidad el consumo de alimentos ecológicos no se ha extendido todo lo que debiera en la población mundial aunque ha ido en aumento porque la producción ecológica requiere procesos específicos y más costosos que redundan en su precio final, a lo que hay que añadir la facilidad de conseguir para nuestra alimentación productos menos sanos, más baratos y de producción masiva. Así, hemos terminado consumiendo dietas hipercalóricas, ricas en almidón, azúcar, grasas y sal, en definitiva, teniendo una alimentación poco saludable. Las consecuencias nefastas para nuestra salud las conocemos, malnutrición, obesidad, sobrepeso y muchas más. Pero como todos los comportamientos están interrelacionados esa forma de alimentarnos quebranta el medio ambiente y acelera su degradación. Por lo que las alarmas sobre la manera de alimentarnos y su incidencia en el medio ambiente suenan con reiteración desde hace tiempo siendo referencia obligada en la mayor parte de los discursos de los gobernantes o representantes de entidades de todo tipo.

En la reciente conferencia del día mundial de la alimentación que bajo el lema «Nuestras acciones son nuestro futuro. Una alimentación sana para un mundo #HambreCero», el Primer Ministro de Italia Giossepe Conti, destacaba la necesidad de una colaboración internacional para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de la ONU, refiriéndose a los objetivos 2, 3 y 12 que son los relacionados con una alimentación saludable.

Días después en París tenía lugar un encuentro comercial de alimentación ecológica, en la que empresas de todo el mundo exponían sus productos ecológicos, evidentemente para la venta, evidentemente dentro del tráfico comercial que intrínsecamente ha de dar beneficios económicos, pero que no por ello hay que demonizarlo. Porque no nos olvidemos que dichos productos son obtenidos haciendo un uso responsable de la energía y los recursos naturales. Como tampoco hay que demonizar determinados alimentos, como decía esta semana Leonor Saiz de la Confederación Empresarial de la Comunidad Valenciana ( CEV), en el I Foro CEV «Comprometidos con la alimentación saludable», haciendo hincapié en que se trata de un esfuerzo para el que no hay vuelta atrás y que lo que se intenta es conseguir una dieta sostenible.

Colectivamente hay que exigir y colaborar en la construcción de sistemas alimentarios sanos y sostenibles para que nuestra dieta sea saludable, accesible y asequible. Individualmente sabemos lo que podemos y tendríamos que hacer, razones nos sobran no valen las excusas.