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La desmovilización

Con esta especie de oxímoron terminológico llaman algunos periódicos al hastío y al regreso al centrismo de los posibles votantes en las próximas elecciones. Contradictorio, porque a uno no se le desmoviliza: se le desmotiva. Y nos descorazonamos cuando reconocemos, con nuestro lujoso pensamiento independiente, que la mejora de las condiciones laborales, o la salvación del planeta no se pueden conseguir en un sistema de pura economía de mercado, esa anarquía del individualismo, y contra unos poderes financieros que se escapan, cuando no forman parte, de los gobiernos.

¿No se desmotiva el arte cuando se ve a los falsos artistas y a sus falsos promotores admitir todos los premios, acaparar todos los laureles, presidir todas las fiestas? Premios, laureles y fiestas -si quieren- merecidos, pero innecesarios. Hoy se mide al artista con el mismo metro con el que se mide al resto de los hombres y no comprenden, porque les parece anecdótico, que Toscanini prefiriera el bofetón de un alborotador de Bolonia antes que dirigir el himno fascista; que el pintor Van Dongen rechazara un millón antes que hacer el retrato de la mujer de un pelmazo porque no le gustaba su cara; o que la sastra Jeanne Lanvin perdiera a su mejor clienta de París antes que modificar un modelo según las indicaciones de la señora. Ellos no lo harían ahora, porque todo vale.

Pongan, en lugar del artista, al científico público que desvela la mentira con la que el embaucador vende alimentos naturales sin química que mejoran la salud, al deportista que no toma drogas indetectables en sangre, al policía que no admite sobornos ni presiones o al juez que no se deja invitar a todas esas charlas, conferencias y reuniones de gente influyente que harán que su carrera se deslice como por un raíl engrasado.

Añadan a todas estas imágenes que un principio de obesidad indujo a Eduardo VII a desabrocharse el último botón de la chaqueta y verán que los artistas, científicos, deportistas y servidores de la Justicia siguen esta regla sin saber por qué cuando visten un traje.

Si Boccaccio, en vez de nacer en Florencia hubiera nacido en València, y en lugar de en la corte de Roberto de Anjou se hubiera educado bajo la válvula de escape del consumismo, su arte ni hubiera existido. No se puede estimular a unas masas que no conocen más entusiasmo de la emoción que ver quién gana en la Copa de Europa o el VIP celebrity, o cómo destripan al siguiente en la película de zombis. Después de dar invariablemente de comer carne al perro de Pavlov no se puede pretender que salive cuando se le presenta una saludable delicia vegana. Y no nos preocupamos por lo que sucede, porque a la mayoría de nosotros o nos sucede siempre lo mismo o no nos sucede nada.

No es necesario haber inventado, como Bacon, el método inductivo para preguntarse cómo será el desarrollo de esta nueva generación concebida en la injusticia y el abuso, en la extrema diversión y en la nula conciencia del otro. Los propios ultra liberales dicen que todo volverá a su sitio. Todas las ciudades se han incendiado, inundado, caído bajo terremotos o las guerras y han resurgido para provecho de empresarios de demolición y construcción. Los políticos del mañana encontrarán como siempre la conciliación entre su programa y lo que les aconseje la oportunidad, la conveniencia y lo inevitable. Los juristas encontrarán el compromiso entre la justicia absoluta y la relativa. Los economistas tienen técnicos capaces de convertir la industria de guerra en industria de paz salvo que pasado mañana avisen que para dar trabajo hay que fabricar cañones. Pero ¿con qué educador, con qué maestro, cómo se restituirá la inocencia de los jóvenes para desinmobilizarles de su Hipernormalización?

Nunca conseguirá hacer nada más bonito, más práctico, más humano ni más elegante que la simplicidad. No hablo de la media verdad de los horrendos eslóganes de la campaña política que esconden leyes más indignas y levantar muros mientras el sistema colapsa. Me rijo por los consejos estéticos de Madame de Chatelet: «Las mujeres tontas siguen la moda, las pretenciosas la exageran, las que tienen buen gusto pactan agradablemente con ella». La simplicidad no es un objetivo: se llega a ella a pesar de uno mismo, ocupes el puesto que ocupes en la vida, cuando te acercas al sentido real de las cosas, es la única energía renovable que nos moviliza.

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