Dudo intelectualmente de las personas que se vanaglorian de sus fuertes convicciones, de esos que parecen haber ganado el don divino de estar iluminados con la verdad sin tener que ir tras ella hasta el último rincón oscuro armados con el humilde candil de la curiosidad. Antes de señalar con el dedo a los impuros disfrazando lo que pueden ser secretas inseguridades prefiero perder la apariencia de sabio para conocer la realidad de las cosas. Estar seguro de no saberlo todo para estar seguro de uno mismo. Y convertirlo en preguntas y razonamiento crítico. En definitiva poder ser capaz de asumir contradicciones, acordar con otros y cambiar de opinión en pos del bien común.

En su ensayo Elogio de la incoherencia, el filósofo polaco Leszek Kolakowski sostenía que, dado que a menudo nos vemos enfrentados a opciones igualmente válidas en las que se impone una dura reflexión ética, ser contradictorio es el único modo de impedir convertirse en un ideólogo doctrinario. En realidad, los problemas humanos, sociales, políticos tienen un grado de complejidad que siempre que veo a alguien que los simplifica pegándose golpes en el pecho huyo despavorido. La coherencia absoluta es idéntica al fanatismo. La obra de Kolakowski aportó al conocimiento del marxismo y su aplicación práctica al otro lado del Telón de acero. De ella se infiere que fue sobre todo una religión secular. ¿Acaso no ocurre lo mismo con las expresiones más inflamadas del nacionalismo político? ¿de ese abandono de la razón humanista que consiguió llenar las trincheras del Somme y Verdún para poner la semilla que después alumbraron los crímenes del fascismo?.

Yo dudé desde pequeño de toda fe. A los siete años preguntaba ya a mi madre que cómo sabíamos que los católicos tenían razón si acababa de leer en el libro del colegio que había muchas otras religiones en el mundo. Durante la carrera universitaria leí El hombre rebelde, obra de Albert Camus en la que se examina la ideología y las formas revolucionarias desde un punto de vista humanista. Desde su existencialismo declaró que siempre militaría en el partido de los que no están seguros de tener razón. Por otra parte Jean-Paul Sartre, que se enemistó con Camus después de aquella obra donde renegó del comunismo, nos dijo que el hombre es acción y se define al elegir porque está condenado a ser libre. Entre la idea de uno, que consideraba la libertad y la vida humana superiores a cualquier radicalismo o ideología y la del otro, que le exige al hombre libre la elección de un compromiso político para sí mismo y los demás; existe una preocupación fundamental: la libertad del hombre. Una libertad desde su propia existencia y acciones que podría combinarse para guiarnos en la construcción de un mundo mejor sin, a la vez, esclavizarnos por una idea.

Este domingo hay elecciones generales en medio de emociones desbocadas en Cataluña y reactivas en toda España que han inoculado en la sociedad los discursos nacional-populistas o, peor, la proliferación de discursos de odio de la ultraderecha que busca normalizarse y que ponen en peligro la convivencia democrática y el progreso social. Frente a las frustraciones ante un sistema que es mucho más que la voluntad individualista que vende el consumismo en el que nos hemos criado sigue estando hoy la posibilidad de dudar, pensar y elegir racionalmente nuestro voto para formar un gobierno mayoritario que defienda nuestras libertades. Porque, como diría Camus: Todos llevamos en nosotros mismos nuestros suplicios y nuestros pesares. Pero nuestra tarea no es desencadenarlos por el mundo. Es combatirlos en nosotros mismos y en los otros.