La contemplación es una niña sabia que tiene el corazón enfangado en el instante y versa el tiempo a su manera. Lo cotidiano es material desgastado que permanece vivo gracias al frenesí del cuerpo. A determinada edad es importante familiarizarse con la muerte (aunque todos nos creemos inmortales) en otoño, junto al umbral del aburrimiento, de los días llamados a ser vividos sin ganas, veo el entusiasmo decrecer y demasiados mantos de hojas. Tantos combates, tantas guerras absurdas, tantas cosas con precio que carecen de valor, tantos... ¿Y todo para qué? ¿Para terminar bostezando junto a una ventana emulando la quietud del cadáver?

Entre las ruinas de la importancia siempre encontramos un hallazgo. En determinados momentos es bueno acudir a ellas, y excavar hasta extraer la tierra que cubre la pena. Sin saberlo, ni quererlo: el tiempo nos quita la fachada y nos convierte en mártires destinados a ser espectadores de nuestra propia degeneración. Qué majestuosa invitación la del otoño, perfecta, con audacia nos obliga a vernos derrotados entre la oscuridad de los días largos y carentes de sentido.Todo lo que no transciende al ámbito, la mayoría de las veces, es la vergüenza escondida entre el sentimiento y la culpa.

El concierto para violín en mi menor, Op. 64 de Mendelssohn provoca unas riadas cojonudas. Les invito a llorar o mejor aún, a cristalizar el tiempo entre las lágrimas y a reconocerse en los manantiales que afloran junto a los detritos románticos, que se retuercen junto al frío y son escueto aliento que empaña el cristal de la ventana... Sí, la famosa ventana por la que vemos pasar el tiempo, y que muy generosamente cada día nos convierte en siervos del aburrimiento.

Hay frases que solo se anotan una vez al año, frases llamadas a repetirse, frases que son promesa de recopilar lo vivido, frases que revelan la bondad del viviente acomodado. Qué largos se hacen los días cuando el final es infortunio de luz y despechado secreto del tiempo.