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Chica, hazte valer

Hacía poco más de un año que se había sacado el carné de conducir. Por eso, no le extrañó el comentario: «Cuidado con el coche». Ella agradeció la preocupación de su tía abuela. Para calmarla le respondió que no se preocupara, que siempre conducía con cuidado. «No me refiero a la conducción. Estoy hablando de lo que puedes llegar a hacer con tu novio dentro del coche». Y arqueó la ceja derecha. Toma ya.

Al padre de ella le encantaban las películas de Audrey Hepburn y Audrey Hepburn. Coincidí con hija y progenitor en una cena y él admitió que sentía devoción por la actriz porque era, simplemente, inaccesible e interpretaba a mujeres sin necesidades afectivo sexuales. La elegancia, sus ojos o su sonrisa no fueron suficientes motivos como para encontrarla atractiva. Lo relevante era su aparente autosuficiencia emocional. La hija, mi amiga, se removió en la silla.

El lunes llegó al trabajo con resaca de sueño. Se fue directamente a la máquina de café y, sorbo a sorbo, fue recordando el fin de semana. Una cita redonda. Comenzó el sábado con una comida, antes de los postres ya se habían besado un par de veces y hacía solo media hora que se habían despedido en la puerta de su casa. Otro sorbo de café y se olió el brazo. A pesar de la ducha, todavía sentía su olor. Y así estaba ella, traspuesta, rememorando el fin de semana con los ojos cerrados y olisqueándose cuando entró la compañera del departamento financiero. Eran amigas. No, amigas del todo, no. Más bien compañeras con derecho a confidencia. Sobre todo, si se trataba de coqueteos y cotilleos. Le contó el encuentro, cómo se habían conocido hacía una semana, los mensajes, la quedada, la pasión y el frenesí. Oh, là là. Al final, tras unos segundos de silencio, de mirada fija y de escrutinio, la amiga le cuestionó la rapidez a la que había sucumbido ante el hombre. «Tía, se va a cansar de ti. Deberías haberte hecho de rogar y no haberle puesto las cosas tan fáciles. Hay que hacerse valer». Esta es la frase del millón.

Tengo 46 años y hay dos expresiones que me chirrían. Una es: «Hazte valer». Porque se supone que lo que da la medida de tu valía es cómo te ve el otro y si le ha costado mucho o poco llegar hasta tus faldas. No hay que ser demasiado descocada, pero ojo con ser una mojigata. Debes ser alguien que sabe lo que quiere, pero no puedes atreverte a demostrarlo. Hay que tener capacidad para llevar la iniciativa, aunque solo a partir del primer mes de citas. La vida de muchas habría sido más sencilla sin tantas contradicciones y con un mensaje claro: respeta tu cuerpo, respeta el de los demás, sé natural, no hagas nada que no quieras hacer, haz lo que te apetezca y protege tus emociones.

La otra expresión que me crispa es «Tuvo que ser muy guapa». La oigo constantemente aplicada a mujeres estupendas, con personalidad, liberadas y poco convencionales, pero maduras. Chirría porque la madurez es un activo y la eterna juventud una dictadura. Y chirría, sobre todo, porque quien la dice suele ser un hombre de la misma edad, incluso mayor, con entradas, barriga fondona y trasero colgante. Porca miseria.

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