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Seguridad, defensa y democracia

Supongo que muchos recordamos cuando, hace treinta años, veíamos la imagen del gran violonchelista Mstislav Rostropovich tocando delante de los restos del muro de la vergüenza, el muro de Berlín, a cuyo derribo contribuyó la gente con sus propias manos. Símbolo físico durante los veintiocho años que estuvo en pie, no solo de la división de la ciudad y del pueblo alemán, sino sobre todo trágico recordatorio de la más grande conflagración bélica que habíamos conocido hasta entonces. Aquel momento histórico cargado de simbolismo significó el fin de la guerra fría y la tensión militar, y pensamos los ingenuos en términos generales que el «never more», «nunca más», suponía una época de paz como así ha sido relativamente, aunque llamada la paz caliente. Sabemos que se necesita mucho tiempo y más de una generación para que los efectos de las guerras se absorban y queden reducidas a su referencia en los libros de historia. Pero también sabemos que muchas democracias actuales son la consecuencia del recuerdo de los efectos devastadores de las guerras.

Con la perspectiva del tiempo conocemos que mucho antes de la caída del muro que supuso un nuevo orden internacional ya habían comenzado a originarse y fraguarse amenazas en el panorama geopolítico mundial a las que tendríamos que enfrentarnos. A pesar de ello, tendemos a vivir nuestro día a día con la engañosa sensación de la ajenidad de muchas de las noticias que nos llegan de cualquier ámbito como si no tuvieran incidencia en nuestra vida. Pero no es más que una falacia, la tienen. Hoy, más y más muros se erigen a nuestro alrededor, reales y virtuales. Amenazas como los conflictos armados, las ciberamenazas, el terrorismo, el crimen organizado, la proliferación de armas de destrucción masiva, la vulnerabilidad del espacio marítimo, terrestre y ultraterrestre unidos alos desafíos como los flujos migratorios, las emergencias y catástrofes, las epidemias o la inestabilidad económica y financiera, han de ser abordados desde una visión integral porque sus consecuencias traspasan las fronteras, lo que ha supuesto que la lucha por la seguridad deba ser un compromiso de la comunidad internacional porque ya no pertenece de forma exclusiva a un país aunque cada uno tenga su estrategia de seguridad y defensa.

Ante estas amenazas y desafíos, la percepción individual y colectiva que podemos tener sobre la seguridad de la sociedad de la que formamos parte pasa indefectiblemente por tener una cultura de seguridad y defensa que en nuestro país, por lo general, es bastante escasa. Promover la cultura de seguridad y defensa es una obligación del Gobierno contemplada en la ley de Seguridad Nacional. Siendo las delegaciones de Defensa las que en cada comunidad autónoma tienen atribuidas las funciones de difusión de la cultura de defensa. En nuestra comunidad, desde la Delegación de Defensa, cuyo titular es el coronel del Ejército de Tierra Rafael Morenza, se desarrolla una amplia actividad de difusión de la cultura de defensa en diversos ámbitos como el escolar, el académico universitario y las organizaciones de la sociedad civil valenciana. Y es que los ciudadanos nos queremos sentir seguros, pero si no nos interesamos, al menos, por lo que son y hacen las Fuerzas Armadas, difícilmente podremos tomar decisiones, actuar o comprometernos con la protección de nuestra sociedad.

Por cierto y en un día como hoy, no esta de más recordar que en el Índice de democracia que elabora el servicio de estudios The Economist Intelligence Unit para determinar el rango de democracia en 167 países, en el que son determinantes las valoraciones de si las elecciones nacionales son realmente libres y justas; si hay seguridad personal de los votantes; si hay influencia de potencias extranjeras en el Gobierno y si hay capacidad potencial de un funcionario civil para implementar políticas, España está calificada como una de las diecinueve democracias plenas. Pues sí, seguridad y democracia.

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