Hoy es 11 de noviembre y San Martín (gracias y de nada). Eso quiere decir que ayer fue 10 de noviembre y San León. La cosa no deja de ser una inevitable estupidez (digo del 11 tras el 10, que no del santoral, del León antes del Martín), si no fuera porque escrivivir el día después de unas elecciones (que implican conocimiento de lo que se elije y descarta) o de unas votaciones (algo así como un 'pinto pinto gorgorito dónde vas tú tan bonito' de la voluntad) es hacerlo a todo pasado, pero antes de que pase. A toro pasado porque uno quiere, claro, porque siempre puedes escrivivir de vacas, gallinas o austrohúngaros con cerebro de chorlito.

Como desconozco los resultados de lo sucedido ayer (antes todos ganaban; ahora todos pierden o ganan como Pirrón de Epiro), les diré lo que me llamó la atención la semana anterior, además de la peli Parásitos del coreano Bong Joon-ho y de la última novela de la islandesa Ólafsdóttir, Hotel silencio. Cuando el otro día los de Vox profanaron mi buzón inhumándome un cadáver programático que apestaba, junto al catálogo de ofertas de Leroy Merlín y una carta de un señor que me compraba o vendía (ahora no recuerdo) la casa, me llamó la atención que durante la campaña precoz nadie, salvo ocasionales y breves excepciones, les chistara y que Abascal, Monasterio y Ortega Smith pudieran colgar con total impunidad dialéctica todas y cada uno de las mentiras y deseos adyacentes que dicen defender: su verdafobia, catalanofobia, xenofobia, homofobia, en fin, su filofobia.

Lo único cierto es que excepto su retahíla metafísica sobre el sagrado sacramento de la Unidad de la Patria y la eternidad esencial de la misma -«España siempre»- los argumentos de cuanto defienden o son un error o una mentira o un contradiós. Atacan, por ejemplo, a los catalanes, vascos y valencianos porque adoctrinan en las escuelas y persiguen a los niños que dicen «cojones» en lugar de «collons», y a la vez proponen que se estudie el patriotismo, una vuelta a la Formación del Espíritu Nacional franquista. Quieren acabar con el Estado de las autonomías por el gasto que generan, cuando a la vista está que ha generado riqueza. Quieren centralismo cuando la descentralización ha sido más eficiente. Asocian migración y delincuencia y se inventan las cifras. Defienden la libertad frente a la «dictadura progre» porque impone una visión única de la historia (¡joder!), enfrenta a hombres y mujeres (¡coño!) y sólo busca dividir a los españoles (¡cáspita!). Y si esto, y más que me callo, no fuera suficientemente terrorífico, ahora resulta que Rivera, «el presidente de las familias», se ha empeñado en hacernos felices. ¡Qué horror!