Día gélido este domingo pasado. Era como estar a las puertas del invierno. Nada sonaba bien en la jornada del domingo. Nada sonaba bien desde hace meses. Nada suena bien en España desde hace años. Pero así son los movimientos históricos. Entran de puntillas, pero cuando menos lo esperas se alzan como un muro. Lo que había empezado hacia 2015 con el horizonte de que el sistema de la Transición entrara en una crisis sin precedentes, en la medida en que el PP volvería a cifras cercanas a las de AP, se cierra provisionalmente con un desgarro en el que aparece con claridad el votante franquista. En suma, lo que prometía un avance evolutivo hacia una modernización del sistema político, se cierra con una regresión que amenaza nuestro sistema político democrático. Pues la ficción de que VOX es un partido constitucional es la peor broma política desde que Lerroux se hizo pasar por republicano.

El caso es que un cierto saber avisaba de que tras las elecciones todo seguiría igual, pero peor. Cuando empezaron a revelarse la primeras encuestas, cristalizaba el miedo. Cuando las noticias se concretaron, fue la desolación. Los genios políticos que nos han llevado hasta aquí desplegaron una conducta que se oponía a todo lo que sabemos por experiencia. Estos genios, Iván Redondo, Tezanos, los demás, violaron todas las leyes que debían conocer. La primera ley, la de Weimar. La segunda, la propia de nuestra experiencia democrática española. La tercera, la de la toda política.

Vayamos con la primera ley. Cuando la República de Weimar se mostró incapaz de forjar gobierno parlamentario y se iniciaron los gobiernos presidenciales, surgió un proceso que todavía es visible desde Marte. En cada nueva elección, eran beneficiados los partidos extremos. No se trataba solo de que cada cuatro meses crecieran los nazis. Cuatro meses era más o menos lo que duraba el bloqueo: incapacidad del Reichtag para ponerse de acuerdo en una mayoría, gobierno nombrado por el presidente, moción de censura negativa de los grupos, y vuelta a elecciones. Sin embargo, no todos subían igual. Cuando el partido comunista lanzó su campaña de hostilidad contra la SPD, los socialistas alemanes, a los que denunció como aliados del fascismo, todo el mundo entendió que jamás se formaría gobierno de izquierdas tras ese desencuentro. Eso movilizó adicionalmente al electorado hacia el verdadero partido radical con capacidad de gobernar: Hitler.

Por supuesto, nuestra sociedad no es aquélla. Los extremos aquí son otra cosa, pero la ley funciona. Si alguien creía que con la repetición de elecciones aumentaría el electorado centrista, entonces no sabía nada de la democracia de masas. Si alguien cree que el electorado funciona de acuerdo con los deseos del Banco de Sabadell, ignora la ley histórica de que los banqueros se pusieron en cola para ser recibidos por Hitler. Albert Rivera tendrá que aprender historia aceleradamente y tendrá que escribir la ley Weimar en una pizarra de por vida. En cada nueva elección en régimen de inestabilidad, crecen los más radicales. Quien había venido a modernizar el país, acabó derivando en el monotema catalán, algo completamente arcaico que solo podía beneficiar a VOX. C’s jugó como un ludópata, al todo o nada. Pudo ser vicepresidente. Ahora será nada.

Sin embargo, lo extremo aquí está atravesado por una dualidad que no puede evitarse y que Madrid parece ignorar. Está la dualidad entre la nacionalidad castellana, que funciona a su aire, y las nacionalidades minoritarias, que tienen su lógica propia. Y aquí podemos decir que, en cada elección en tiempo de inestabilidad, no sólo aumenta la representación de las nacionalidades minoritarias, sino que además se extrema la representación política en su seno. Así, el PP no tiene diputados en Euskadi. A VOX ni se le espera. Pero es que además Bildu crece, y también el PNV. Sin embargo, lo mismo sucede con la pretendida moderación del independentismo catalán. En las circunstancias, previstas por todos y anunciadas por ERC, de una elecciones a cara de perro tras una sentencia confusa e imprudente, lo único previsible era una radicalización del votante hacia la CUP. Esquerra ya no podrá moderarse. La pinza que ha lanzado JxC ha funcionado.

Es decir, en cada elección en la que el Estado español muestra sus debilidades y sus carencias, aumenta la tendencia a ver como innecesaria la franquicia española en sus territorios. Las consecuencias de este hecho nos llevan a un Estado en el mejor caso confederal, y en el peor roto, y nos llevarán a una de esas dos cosas tanto más rápidamente cuanto menos reconozca España que es un Estado plurinacional. Pues esto no tiene nada que ver con lejanas historias, sino con el hecho de que no hay clase política unitaria en el Estado. Sin ella, no puede haber Estado unitario.

Y esta es la segunda ley que se ha olvidado. Pues desde que Felipe González perdió la mayoría absoluta, la ley de nuestra democracia es que los nacionalistas estabilizaban el gobierno. La Ley Electoral venía a fortalecer a la nacionalidad castellana, pero era inevitable que beneficiara también a las nacionalidades minoritarias. Así que entramos en el bucle de más debilidad, más dependencia de los nacionalistas minoritarios, más enojo reactivo, más radicalidad españolista, más fortaleza de los nacionalistas, ahora ya independentistas. Y ese mismo proceso se repite en cada elección pero más radicalizado. Y ahora tendremos que hacer volver al diablo a la botella. Pues sin catalanes ni vascos sólo es posible una democracia rota y de mínimos.

Un comentario para Iglesias, que ya está donde siempre quiso, con el electorado de IU y, ahora, intentando negociar con menos fuerza ministerios (esa fue la primera palabra que salió de su boca en su comparecencia). Cuando tres días antes de las elecciones Iglesias lanzó la consigna de que era preciso luchar por ser la tercera fuerza política frente a VOX, ya enunciaba una angustiosa mea culpa, justo cuando eso ya no le importaba a nadie. Decir que él será el muro contra VOX es anti-intuitivo. No lo ha sido y ya no podrá serlo. En 2015, el discurso que hizo el representante de VOX nada más conocer los resultados, a saber, que él daba voz a una nación política que se ponía en pie, habría significado la posibilidad de forjar un pueblo capaz de intensificar su sentido democrático y progresista. La incapacidad de darle una oferta clara y nítida a ese demos, ha llevado a que VOX active ese discurso. En tiempos de inestabilidad, el demos siempre lo ocupa alguien. Y si el sentido político falla por una borrachera política personalista, lo ocupará por inercia ese sector del pueblo que tuvo un soberano constituyente, Franco.

Así se ha cumplido la tercera ley de la política española desde que se recuerda. Aquí todo el mundo ha jugado a debilitar al oponente. Aquí ha triunfado sobre todo la operación del PSOE, que comenzó en Andalucía, de hacerle un roto al PP dándole el protagonismo a VOX. Eso ha funcionado. Pero no solo. Casado intentó debilitar a Sánchez, denunciado que se ataría a los independentistas y a la extrema izquierda. Rivera hizo lo mismo y además quiso debilitar al PP radicalizando su discurso anti-catalán. Iglesias intentó debilitar a Sánchez, haciéndole culpable de la repetición electoral. Todos ignoran que cuando ese juego se impone, todos se debilitan. Y todos lo han impulsado ante una ciudadanía estupefacta. Ahí está el resultado. El PSOE se queda por fin como único partido hegemónico del Estado. Digno consuelo cuando apenas quedará Estado por la doble presión de VOX e independentistas. Y todavía algo peor: la opción de un gobierno de coalición del PP con el PSOE, con nuevas elecciones en dos años, anuncia una crisis general de la representación del Estado. Así que vamos a ver si, conociendo estas leyes, esos genios de ahí arriba hacen política de una vez.