Los ciudadanos españoles hemos vuelto a fraccionar el Congreso de los Diputados hasta alcanzar la cifra de 16 partidos políticos con representación en la cámara baja. Podíamos haber concentrado nuestros votos en pocos partidos políticos, pero no lo hemos hecho y se ha generado, una vez más, un escenario de ingobernabilidad.

En efecto, ningún partido político ha obtenido la mayoría absoluta ni se ha aproximado a dicha mayoría. Parece ser el signo de nuestro tiempo pues desde 2015 sucede lo mismo; ningún partido político se acerca a la cifra mágica de 176 diputados. Y ya sabemos por experiencia que la fragmentación del Congreso de los Diputados conduce a la inestabilidad que sufrimos desde las elecciones de 2015 que nos han conducido a tres elecciones generales más.

En estas circunstancias no debiéramos entretenernos en buscar culpables de lo sucedido sino en encontrar soluciones a corto y a medio plazo. A corto plazo no parece que quepa otra solución que urdir una alianza entre partidos políticos para sumar 176 diputados. Y esa alianza no es necesario que se fragüe entre partidos del mismo lado del espectro político. Un ejemplo reciente lo tenemos en Turingia, Land alemán en que se han celebrado elecciones el pasado 27 de octubre. La campaña electoral enfrentó con dureza a los partidos políticos de derechas y de izquierdas. Los resultados electorales fueron un tanto sorprendentes, los dos partidos más votados fueron Die Linke (izquierda extrema fundada por Oscar Lafontaine, 29,9%) y la AfD, (la extrema derecha, 23,7%), la CDU (los conservadores de Merkel, 22,7%) quedó en tercer lugar, el Partido socialista (SPD, 8,4%) descendió hasta el cuarto lugar y los verdes quedaron en quinto lugar (5,3%). Y de manera inmediata, la misma noche en que se conocieron los resultados electorales, Die Linke y CDU dijeron que se iban a sentar con la finalidad de alcanzar un acuerdo que facilitara la gobernabilidad. La CDU no cayó en la tentación de pactar con la AfD. No debió ser una decisión fácil ni para Die Linke ni para la CDU, y no es difícil comprender los riesgos que para ambos partidos supone una coalición de esa naturaleza; pero prevaleció el interés general sobre el particular de los partidos en cuestión.

En España, tras las elecciones de 10 de noviembre la iniciativa para conseguir alianzas para la gobernabilidad no pueden proceder del Partido Popular, aislado en la derecha del escenario político. Una alianza de derechas no suma en caso alguno (PP 88+Ciudadanos 10+ VOX 52+ Navarra Suma= 152). No es que sean los mencionados partidos los únicos partidos de derechas, lo son también el PNV o JxCat, que parecen irreconciliables con el PP. Por otra parte, tras la dimisión de Rivera puede suceder que Ciudadanos se aleje del PP, y resulta dudoso que al PP le convenga pactar con VOX.

Al PSOE tampoco se lo hemos puesto fácil con sus 120 diputados. Los independentistas de derechas y de izquierdas estarían dispuestos a apoyarle, pero es dudoso que lo hicieran gratis como sucedió con la moción de censura. Y además, tampoco conviene al PSOE aliarse con los independentistas ni por activa ni por pasiva. UP parece que solo prestaría su apoyo al PSOE entrando en el Gobierno. Es decir volveríamos al escenario derivado de las elecciones de 28 de abril y del fallido gobierno de coalición PSOE-UP. Al PSOE sin los independentistas tampoco le salen las cuentas.

Si estuviéramos en Alemania diríamos que la solución es fácil. Un gobierno de coalición entre el PSOE y el PP. Pero el PSOE dice que su gobierno será progresista, un modo de decirnos que no esta dispuesto a pactar con el PP. Y el PP ha anunciado que considera que los españoles les han nombrado la alternativa del PSOE, lo que les impediría pactar con el PSOE. Ambos partidos políticos tienen alma frentista. No están dispuestos a transigir; quieren imponer sus programas. El PSOE ha recibido la confianza de 6,7 millones de ciudadanos y el PP de algo más de 5 millones de ciudadanos, en un país con más de 47 millones de habitantes, con algo más de 37 millones de electores, en que el vencedor en las elecciones ha sido la abstención. Daría la impresión de que los líderes de estos dos grandes partidos políticos no conocen la vida real. Si los ciudadanos nos comportáramos en familia o en la sociedad, en sus muchas manifestaciones, como se comportan los partidos políticos la vida sería insufrible. Una convivencia sin convivencia, la hostilidad como estandarte.

El presidente del Gobierno dice con frecuencia que en Cataluña lo que sucede es que la sociedad se ha fracturado, los independentistas tienen el poder en el Govern y en el Parlament y no dialogan con los otros, sino que les imponen su criterio. ¿Acaso no es eso lo que sucede en España en que el PSOE pretende imponer sus ideas a los que no piensan como ellos y el PP tres cuartos de lo mismo? ¿Se ha catalizado España y pretenden el PSOE y el PP fracturarla? El PSOE debiera ser consciente de que aunque haya sido el partido más votado en las elecciones del 10N cuenta con un apoyo social limitado. Y el camino para ganarse a los ciudadanos españoles no es practicar el frentismo. El frentismo debe ser patrimonio exclusivo de los extremos del escenario político, pero nunca de los que se califican de partidos moderados. El PP, que parece querer volver a la moderación, al centro político, debiera alejarse de VOX y estar dispuesto a negociar un programa con el PSOE.

La sociedad española, dejando al margen a Cataluña, no está fracturada pese a que los ciudadanos hayamos fracturado el Congreso de los Diputados. Pero la sociedad podría contagiarse de lo que sucede en Cataluña y de las prácticas de los dos grandes partidos políticos españoles convirtiendo a nuestro país en inhabitable.

Pactar con el próximo no soluciona nada, pues solo con incondicionales es muy difícil avanzar. No sirve para pacificar sino todo lo contrario para crear tensiones. No parece exagerado decir que nos encontramos en una situación de emergencia nacional. Los retos independentistas, el reto ambiental, el reto tecnológico, el reto humanitario, entre otros exige que los políticos españoles dejen de jugar al gato y el ratón y se comporten como auténticos líderes dispuestos a hacer sacrificios, a ceder y a pactar.