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Una gran tomadura de pelo

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han cerrado en menos de 48 horas un pacto para un Gobierno de coalición. De domingo a martes, ambos han sido capaces de saltarse todas las líneas rojas que impidieron un acuerdo en julio y septiembre y nos abocaron de forma innecesaria -como se acaba de demostrar- a unas segundas elecciones este 10 de noviembre.

La sensación que le invade a uno ante esta evidencia es la de tomadura de pelo. Una gran tomadura de pelo. ¿Para qué hemos pasado por todo este proceso que ha provocado el hastío de la ciudadanía? Para terminar tal como podíamos haber acabado hace cuatro meses. Sin que ninguno de los dos protagonistas haya cambiado.

Y otra tomadura de pelo ha sido la reacción desde la derecha. No otra cosa es que el PP se haga el ofendidito quejándose de que el PSOE ni siquiera le haya llamado antes, cuando el mismo domingo por la noche Pablo Casado se esforzó en proclamar a los cuatro vientos que con el candidato socialista no iba ni a la esquina.

Por no hablar del papelón de Ciudadanos... tal como le ocurrió a Albert Rivera, sus sucesores han perdido de vista para qué nació el partido. Y no era para otra cosa más que para evitar que los Gobiernos -bien del PSOE, bien del PP- no dependieran de los nacionalistas periféricos. Es decir, era una apuesta del nacionalismo español para contar con un partido bisagra que garantizara siempre el control de la situación desde Madrid. Olvidado ese propósito y lanzado a la carrera desbocada por la hegemonía de la derecha, ha terminado por despeñarse.

Al final de toda la jugada, nos encontramos con una clase política más desgastada y desacreditada si cabe, con una ultraderecha desbocada y una ciudadanía más que harta. Gran estrategia, sin duda, para socavar la fiabilidad en el sistema. Les queda por delante, a todos, una tarea ardua para recuperar la confianza y demostrar un mínimo sentido de Estado.

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