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Mi vecino vota a Vox

No es que la pasada noche del domingo electoral me despertaran los aullidos de mi vecino al grito de «a por ellos, a por ellos», intentando echar abajo la puerta de casa. O que hubiera una explosión de botellas de cava estallando a modo de pelotón de ejecución mientras aparecían los resultados de Vox. Por cierto, al final de la noche televisiva me tuve que tomar una sobredosis de paracetamol despues de tanta sucesión de multipantallas a cargo de los realizadores televisivos. Consiguieron que a punto estuviera de acabar con un principio severo de estrabismo.

Desde la medianoche del pasado domingo y a la vista de los resultados del partido del nuevo caudillo, el diputado Abascal, que me siento Joan Fontaine en Sospecha, como el protagonista angustiado de un thriller envuelto en sombras de dudas y sospechas que se ciernen a mi alrededor. Todo empezó al dia siguiente de las elecciones cuando bajaba en el ascensor con mi vecino del sexto y me pareció notarle una más que generosa sonrisa de satisfacción mientras hablábamos -para pasar el trayecto- de los cambios meteorológicos. «Las cosas no pueden seguir así» sentenció misteriosamente antes de marchar. Una frase que me dejó con un punto de inquietud aunque quise atribuir sus palabras a unos problemas administrativos de la comunidad. Otro tanto me sucedió con el dueño del bar donde suelo tomarme un café con leche y un croissant granítico al que le notaba un grado de felicidad inusual aquel día cuando decidió invitarme. «Hoy es un dia para celebrar» me dijo con entusiasmo mientras rechazaba los tres euros del desayuno. Más tarde me enteré que acababa de ser abuelo por tercera vez. Y sentí un profundo alivio. La cosa no es para tanto me dije, «mira que eres exagerado» me repetía mientras me encaminaba hacia el kiosco a comprar la prensa para tener un plano más general del maremágnum electoral. O quizás deberíamos decir mejor El Gran Empastre que nos había cocinado Pedro Sánchez y sus videntes de Ferraz.

Viendo los resultados de Vox- aquí y allá- estoy seguro que tocamos a dos votantes y medio de Vox por comunidad de vecinos y eso que las matemáticas nunca han sido mi fuerte. Bueno en algunos barrios igual la ración todavía es más generosa. Como aquel anuncio de los años sesenta de una marca de cosméticos se podría decir que «Vox llama a tu puerta, señora». Leo que una buena parte de los votos de Vox provienen de Ciudadanos, que se ha quedado como se dice, con una mano delante y otra detrás. No voy a hurgar más en la herida Ciudadana, solo había que ver a Inés Arrimadas de negro riguroso la noche de autos al lado de Rivera para completar el retrato fúnebre: Velatorio, funeral y el traspaso al más allá que se avecinaba. Ella, la Arrimadas, que siempre se ha distinguido por esos colores tan vistosos y alegres para presentarse en público, allí estaba como una viuda desconsolada. Vamos, que sólo le falto cantar junto a Begoña Villacís, Toni Cantó y Lorena Roldán el tema Las viudas de la revista musical Las Leandras.

Por cierto he echado de menos entre la información segregada a cuenta del político caído en desgracia, un artículo que recogiera todos los grandes hits del Ciudadano Rivera: Exabruptos, broncas, insultos, mentiras que ha ido dejando en su frustrado camino hacia La Moncloa.

No sé si el desconsuelo o aflicción de Albert Rivera es comparable al que yo siento en estos momentos. A partir de ahora donde menos te piensas, ya intuyo que saltará la liebre Vox. Quizás esta vecina tan simpática que acostumbra a darle una galleta a mi perro se encuentre entre esos 3’6 millones de votantes de Vox. O ese grupo de jubilados que todos los días toman el sol en el parque en realidad constituyen un comando negacionista del cambio climático. O mi proveedora de huevos y otros comestibles en realidad es una lectora empedernida de Mein Kampft. O mi asesor en productos de dietética es el cabeza de un escuadrón paramilitar que se dispone a secuestrar a Puigdemont en su residencia de Waterloo.

Un amigo me dice que estas pesimistas reflexiones son en parte consecuencia de lo que se conoce como depresión postelectoral. No tenía el gusto de conocerla, hasta ahora mis momentos de postración suelen coincidir con el anuncio de depresión prenavideña cuando se acercan las fiestas mientras saco del armario las cintas de espumillón, las bolas de colores y el árbol plegable. Aparco de momento mi estado o fase down hasta consultar con mi médico de cabecera. El pasado fin de semana, en medio de la fiebre electoral, participe en uno de los actos que organizaba Trovam, la feria de música que se celebra en Castelló y que reúne a músicos, programadores, representantes, profesionales, animada por el infatigable Armand Llácer. El acto consistía en un coloquio con la cantante Luz Casal que daba las últimas puntadas a la gira de presentación de su álbum Que corra el aire, que la ha llevado por esos mundos de Dios durante cerca de dos años. No voy a descubrir a estas alturas a una artista como Luz Casal después de cuarenta años de carrera musical, de una sólida discografia y una importante proyección internacional. En un país donde vemos cómo se fabrican o construyen fenómenos musicales para después diluirse y desaparecer, donde la música popular es una gran ausente de las cadenas televisivas si no es en formatos concursos Got Talent y similares, la figura de Luz Casal sirve de referencia para todo aquel o aquella que busque hacer una carrera musical con pies y cabeza, fuera de las modas y de las imposiciones de la industria discográfica. Un modelo que en su caso es correspondido y cuenta con el apoyo de un público que llena los teatros y auditorios.

Escribiendo este artículo se anuncia el acuerdo de gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos. Ya me parece escuchar a mi vecino octogenario maldiciendo esta nueva reedición del contubernio judío-masónico-separatista que se nos viene encima…

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