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Butaca de patio

Política sin cultura

Comentaba nuestra añorada paisana Carmen Alborch, cuando era ministra de Cultura, lo difícil que resultaba convencer al entonces presidente del Gobierno socialista, Felipe González, para que acudiera a algún estreno teatral o cinematográfico, a algún concierto o a exposiciones de arte. Se trataba, es cierto, de una política de gestos, pero esa imagen podía y debía revelar un compromiso de fondo con la cultura, según señalaba Alborch. No basta, pues, con declaraciones altisonantes ni tan siquiera con inversiones, escasas en la mayoría de ocasiones, ni con premios o distinciones, sino que el apoyo a la cultura ha de pasar sobre todo por una política de defensa firme y sostenida del teatro, el cine, la literatura, la música y todas las disciplinas artísticas. Porque más allá del escaparate, la cultura debe figurar como una parte esencial de la acción de un gobierno. En las últimas décadas y con excesiva frecuencia la cultura ha sido más un adorno de la política que un eje fundamental sobre el que se sustenta todo lo demás. Bien lo sabían los dirigentes republicanos, muchos de ellos procedentes del campo intelectual o de la Universidad, cuando convirtieron la educación y la cultura en las palancas de una auténtica revolución social. Ejemplos como los de Manuel Azaña, Fernando de los Ríos, Julián Besteiro o Marcelino Domingo podrían servir de guía para el empeño educador de los gobernantes de hoy. Pero quizás en estas cuatro décadas democráticas se ha optado más por figuras de relumbrón, como Jorge Semprún o Màxim Huerta, en lugar de por eficaces gestores conocedores del siempre complejo sector cultural.

Viene todo esto a cuento de la lamentable y deprimente ausencia de debates culturales en la reciente campaña electoral donde los retos del cine, de la literatura o de la música, importantes estandartes de la política de un país vecino como Francia, han quedado relegados a notas a pie de página o, en el mejor de los casos, a una referencia apresurada. En definitiva, la cultura aparece como una asignatura maría para los partidos políticos y la última prueba de ello ha sido la brevísima cita del reciente acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos que se limita a “asegurar la cultura como derecho y a combatir la precariedad en el sector”. Esperemos en cualquier caso que la cultura siga ostentando un rango de ministerio, como en la actualidad, sin ser absorbida por una cartera que englobe a educación, deportes y asuntos varios, como ha ocurrido en más de una remodelación gubernamental. Ahora que tanto se habla de una deseable transversalidad en la ecología o en las políticas de igualdad convendría recordar que pocas facetas sociales afectan más a todos los órdenes de la vida que la cultura. Así pues, ¿quién puede vivir sin escuchar buena música, sin leer una sugerente novela, sin emocionarse con una interesante película o sin admirar una obra de arte? De regreso a la etapa republicana, aquellos líderes eran conscientes de que solamente si un pueblo es culto puede llegar a ser libre. Por ello se volcaron en el apoyo a la cultura. El ejemplo debería cundir aquí y ahora.

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