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Buena onda

¿Cuánto futuro tiene À Punt?

Habiendo llegado el consejo de administración de À Punt al final de su mandato, la Sindicatura de Cuentas hizo un informe en el que señalaba unos incumplimientos del contrato con la Generalitat tan graves que lo más razonable era la dimisión de sus miembros y la renovación total del órgano que gobierna el pirulí de Burjassot.

La vara de medir de los partidos políticos -que son los que rigen el funcionamiento mecánico de las Corts y nombran a los miembros del consejo de administración- ha sido muy benévola y, tras el primer sofoco, las culpas se han lavado y se ha decidido dar una segunda oportunidad para que sean las mismas personas quienes enderecen unos yerros que, casi con toda seguridad, caerán como rayos sobre la otra gran responsable de la gestión, la directora general Empar Marco que lleva unos meses en la rampa de salida.

En un país en el que la dimisión de los cargos públicos solo se practica con aceite hirviendo, o con una voluntad suicida como la demostrada por Albert Rivera, dentro de unas semanas o unos meses, la continuidad del consejo de administración de la televisión autonómica será anécdota.

Pero la buena suerte de los consejeros no servirá para cambiar un ápice la profunda creencia de que À Punt ha sido hasta la fecha un fracaso y puede convertirse en un experimento insensato que inocule a la sociedad valenciana contra cualquier ocurrencia de seguir insistiendo en una fórmula equivocada para la televisión pública o en la televisión pública, sin más.

Emitir cada día con una audiencia que dificilmente supera el 3%, con unos ingresos publicitarios cinco veces inferiores a lo fijado, con una influencia social casi inexistente y con un reconocimiento cultural del que hasta los más entusiastas dudan, es un perfil que iguala al más negativo de los que llegó a tener Canal 9 en algunos momentos de su trayectoria.

Algunos políticos que militan en el Pacte del Botànic, y bastantes profesionales de la esforzada industria valenciana del audiovisual, han dado en pensar durante los últimos meses -casi desde que el president de la Generalitat prometió en la campaña electoral un renaixement de la cultura- que el cambio en la dirección general podría coincidir con un reparto distinto de las áreas de influencia de cada partido y con la apertura de un proceso para hacer más razonable y exitosa la gestión de À Punt después de la primera etapa de experimentación.

Deseos piadosos. La gestión de una televisión como À Punt tiene una superficie sobre la que se puede actuar con distintas fórmulas. Los programadores pueden fijarse más en esos espectadores que al irse a dormir dejan el mando en su frecuencia; estudiar mejor a una audiencia que vive en los pueblos y en las zonas valencianohablantes, inventar contenidos dirigidos a personas seniors y con un imaginario convencional.

Al mismo tiempo pueden esforzarse por llegar a las audiencias de las grandes ciudades, manejar referencias más cosmopolitas y cultivar gustos más sofisticados.

Para que esas audiencias diversas sumen tendrán que hacer el marketing de un modelo que se venda como plural, no único, con, entre otras cosas, referentes estéticos variados y con unos usos idiomáticos (de los dos idiomas oficiales) flexibles y mirando más a la calle que a la Academia.

Pero hay otra dimensión que es mucho más potente y que no tienen fórmulas tan sencillas ni tan fáciles de aplicar con unos medios limitados como los de À Punt.

Son las corrientes de fondo que le están dando la vuelta a la producción, la difusión y el consumo de lo que hasta hace unos años llamábamos televisión y que ahora es mucho más exacto llamar contenidos audiovisuales. Consumimos en diferentes pantallas, en diferentes momentos, no seguimos ni la rejilla ni el horario de una cadena, vivimos envueltos por un universo de imagenes y sonidos que nace, por así decir, en You Tube y acaba en el Instagram de mi grupo de amigos tras haber pasado por HBO, por los videos virales de Azteca TV o por el últilmo trending topic del día.

Aunque no nos dicen de qué discuten, estoy convencido de son estos asuntos los que mas preocupan al consejo de administración, —el de antes y el de después—, y las que más ocupan al equipo de trabajo de la dirección general —el de antes y el después.

Precisamente por eso, a los que se van, a los que se quedan y a los que vendrán, hay que desearles el mayor de los aciertos. Somos bastantes los que desde la industria audiovisual, la creación y la gestión cultural y la mera, y exigente, ciudadanía consciente, lo vemos muy, muy difícil pero aún ánimos para pedir que nadie, ni siquiera los políticos, echen a perder el último cartucho de una televisión pública valenciana.

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