Opinar por opinar, o como decimos en valenciano parlar per parlar, es lo que se lleva. Es de gente humilde aceptar en tu día a día hay cuestiones que puedes desconocer o no tener una opinión formada porque justamente eso, no te has formado, documentado, vivenciado o aproximado al asunto. Quién se atreve a pronunciarse, a emitir juicios de valor y a intentar contradecir argumentos formados con simples opiniones viscerales, es cuanto menos una persona muy atrevida -y no lo confundamos con valiente, porque ser valiente es otra cosa-. Si tuviésemos que utilizar otra expresión popular para definir esto lo concluiríamos con que «la ignorància és la mare de l’atreviment».

Y es que si esas opiniones se quedan ahí, en simple expresiones, apenas tenemos porqué preocuparnos, pero cuando eso se traslada a una ideología, que además hoy por hoy tiene altavoz institucional, entonces sí es momento de replantearnos la estrategia, porque ya no vale sólo dejarlas al margen, sino que ahora hay que combatirla y esforzarnos para que la razón se imponga a la ferocidad.

Me estoy refiriendo con esto a los últimos acontecimientos y extravagancias a las que nos viene acostumbrando la extrema derecha, con su negacionismo y ridiculización a uno de los mayores problemas de nuestra sociedad, la violencia de género. Porque que aquellos que creen en el sentir del orden público se pronuncien con contradicción llamando de manera despectiva «unidades rosas» al grupo de policías locales de la ciudad de València, grupo Gama, que de manera especializada y formada protegen sólo en esta ciudad a más de 1.200 mujeres al año, es simplemente vergonzante. Además demuestra no sólo la falta de conocimiento de esta realidad, porque sin serles exigible una formación, al menos sí debería ser exigible para cualquier representante público una aproximación testimonial con las ciudadanas protegidas de su municipio, que provoque al menos en ellos, empatía y comprensión sobre la magnitud del problema.

Tampoco es de ser valiente, sino muy atrevido cuestionar toda un área del conocimiento que lleva más de 300 años fraguándose, y pretender a golpe de polémica ser los impulsores una nueva corriente que ponga en duda la necesidad de educar en feminismo para la consecución de la igualdad. Porque la intencionalidad no es nada inocente, lo que pretenden en realidad es que esto parezca una guerra de sexos, y así intentar provocar en muchos hombres el cuestionamiento y la animadversión hacía el feminismo y las mujeres que lo defendemos.

Sin embargo, lejos de lo que puedan pensar, no hay en ésto nada de épico, ni nada de nuevo, más bien lo contrario, hay mucho de reaccionario en decir frases como que «las mujeres deberíamos volver a la costura porque empodera». Esto es tan viejo como el mismo machismo que desprende y que conocemos tan bien… Volver a recorrer ese camino que ahora empezábamos a superar es peligrosísimo.

Otra cuestión que nos debe poner en alerta, es que la derecha, la llamada constitucionalista aquella con la que se ha llegado, no sin esfuerzo, a consensos sobre la terminología y la necesidad de combatir el problema de la violencia de género de manera conjunta evitando así politizarla, ahora mira hacia otro lado y empieza comprar un discurso que está fuera de los límites que exigíamos aceptables.