La del tema principal de la tragedia está relacionado con los seres humanos que enfrentan su libertad y su destino. Pero, además de este problema antropológico, la tragedia siempre muestra seres humanos vinculados a la pólis, a la vida cívica y, por lo tanto, tiene un significado político. El mito trágico explora las contradicciones de la vida social y personal y pregunta, implícita o explícitamente, por su posible corrección. La tragedia, a fin de cuentas, constituía un instrumento por medio del cual la ciudad se representaba a sí mismo, la ciudad que se convertía en teatro. Algo así han sido también las recientes elecciones. Tan es así que, si hoy vivera alguno de los autores de la Grecia antigua, añadiría a algunos títulos como Los persas, Las suplicantes o Las troyanas, uno nuevo, Las elecciones.

No obstante, la acción trágica por excelencia es una acción ensombrecida por un grave error, por lo que se habla del conocimiento a través del error (y del dolor). No sé si se extraerá algún conocimiento de las últimas votaciones, pero son parte de muchos errores. Es el caso de un gobernante, Pedro Sánchez, un Creonte que hizo caso más a los oráculos de la Moncloa que al coro, lo que hoy llamamos opinión pública.

El resultado no era el previsto por dicho gobernante, pero sí que lo intuía el sentido común del coro. Todos los personajes de esta tragedia han perdido, y algunos más. Es el caso de Albert Rivera, quien al ser descabalgado de toda posibilidad de ir a la Moncloa después del triunfo de la moción de censura, se convirtió en una especie de Edipo que no ha parado de rebelarse contra su papel, contra su destino, y sin embargo ha tenido un final trágico, se ha quedado sin papel. Pablo Casado no ha salido mal parado de lo que señalaban los oráculos, pero el resultado electoral es una alegría con sabor amargo, porque, como a Orestes, le persiguen las erinias, las diosas vengadoras del pasado convertidas en un partido, Vox, y esto le impide ver clara su destino en un corto tiempo.

Pablo Iglesias, como Áyax, tampoco hizo caso, y sigue sin hacerlo, de los consejos de un coro que le dice que deje gobernar, se mantenga y afiance en la oposición, porque estar en un gobierno en minoría, y apoyar resoluciones que van en contra de su ideología, puede hacer perder el sentido de su partido. Eso es sabiduría trágica. Como saber trágico es señalar a Santiago Abascal que le puede ocurrir como Agamenón, a su regreso de Troya, donde el coro al mismo tiempo de elogiar su triunfo, saca a colación la hýbris, la desmesura con la que esta se ha logrado. Un coro que también le advierte que no se confíe porque no es lógico que hayan aparecido de la noche (electoral) a la mañana (poselectoral) tantos neo-franquistas; porque en realidad (espero equivocarme) tiene un voto prestado, un voto de protesta contra la ingobernabilidad, contra la desmesura catalana que se produjo a partir de la desmesura judicial. Estas son las enseñanzas de una tragedia, Las elecciones, en las que hay un personaje que quiere hacerse un sitio, Íñigo Errejón (Eteocles, el hermano bueno), y que se ha quedado en eso, en ser un aspirante a héroe trágico, porque ha errado al querer adelantar su destino. Y Antígona todavía no ha llegado. Ironía trágica.