Es incuestionable que el preacuerdo de gobierno de coalición entre el PSOE y UP ha llegado tarde y puede que mal, al menos si consideramos lo precipitado que es lograr en pocas horas un entendimiento que los líderes de ambos partidos fueron incapaces de llevar a término tras las elecciones del pasado abril. Esta es una de las razones por las que no sé si alegrarme por el anuncio de este acuerdo, o bien sentirme engañado por una campaña en la que Pedro Sánchez se ha dedicado a presentar a Pablo Iglesias como un grave peligro para España. Me ha chirriado el ofuscado empecinamiento de ambos lideres durante el período electoral, por ello me desconcierta su repentino idilio plasmado en un abrazo de Vergara, cuando muy poco antes,el presidente de gobierno en funciones confesaba la crisis de insomnio que le produciría que alguien de Podemos ocupara una cartera ministerial, una declaración que junto con otras aun más duras, marcaron la irreconciliable distancias entre ambas formaciones hasta el extremo de forzar elecciones anticipadas.

¿Por qué Pedro Sánchez se ha curado de su insomnio, se preguntan muchos? La respuesta oficial se justifica por la necesidad de reaccionar rápido debido al súbito ascenso de la ultraderecha con su más de medio centenar de escaños. No obstante, a quienes esto argumentan, se les olvida que VOX no tendría hoy tantos diputados si no se hubieran convocado unas nuevas elecciones.

El caso es que conforme reflexiono y digiero el resultado electoral, soy cada vez menos partidariode atribuir el cambio de rumbo del PSOE al ascenso de VOX. Mi hipótesis es que Pedro Sánchez esperaba que UP se desmoronara el 10-N y que el PSOE obtuviera una cifra próxima a los 150 escaños, algo que no sucedió y que la misma noche electoral le forzó a aplicar un plan B preconcebido: El abrazo de Vergara.

Pero lo hecho, hecho está, y ahora es el momento de demostrar a la derecha, a la ultraderecha, y a lo que queda de C’s, que un gobierno de coalición a nivel estatal puede funcionar tan bien como funciona el Govern del Pacte del Botànic de la Comunitat Valenciana o el Govern de le Illes Balears, ambos presididos por el PSOE y con un reparto de cargos compartido con Compromísy Unides Podemen el primer caso y con Podemosy Més per Mallorca en el segundo.

Yo vivo en València y puedo asegurar que desde que tenemos un gobierno de progreso, tras un cuarto de siglo de corruptelas a cargo del PP, el panorama político es más limpio y transparente. Y además, dejo constancia de que hasta ahora no he visto diablos rojos con rabo y un tridente en la mano paseando por las calles. Sin embargo, soy sincero al confesar mi escepticismo y mi renuencia a manifestar alegría pese a que estemos a punto de acabar con el bloqueo de las instituciones. Además de escéptico, también me siento enfadado porque me hayan hecho perder seis meses, y porque los dos partidos que ahora acceden gobernar en coalición han perdido 3 escaños uno y 7 el otro respecto a abril de 2019, mientras la extrema derecha se ha plantado en 52.

Sin embargo, y a pesar de mi enfado, doy al nuevo gobierno de izquierdas —si es que llega a constituirse— un voto de confianza. Y si con el paso del tiempo su gestión no fuera la deseada por quienes anhelamos una sociedad de progreso, que nadie olvide que vivimos en democracia, y una de sus grandezas es la de poder penalizar a los políticos a través de las urnas. Por eso, sería de agradecer que la derecha no hiciera una oposición cerril y sin más fundamento que la negativa sistemática a cualquier iniciativa del gobierno. Pero sé que soy un ingenuo al plantear este deseo, habida cuenta de la fuerza nueva que ha cobrado una de las dos Españas machadianas y las ansias de revancha que albergan muchos españoles de bien que se deleitan con sueños húmedos en los que se ven cara al sol en un país de fantasía presidido por un patriota de pura cepa.