Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Alfons García03

A vuelapluma

Alfons Garcia

¿Cumplimos con nuestra parte?

Andrea Camilleri, ciego y mirando a los ojos a la muerte, escribió una carta a su bisnieta para presentarle el mundo que le espera. Cuenta el escritor una fábula senegalesa llena de contenido. Hay un gran incendio en la selva y todos los seres vivos huyen. El último, como el capitán en los barcos, el león. En su marcha se encuentra con un colibrí en sentido contrario con una gota de agua en el pecho. Le pregunta y el pequeño pájaro responde que va a cumplir con su parte. La historia sirve para meditar sobre si no nos hemos resignado al fuego y casi nadie hace su parte. El incendio hoy, rebajadas las llamaradas de la crisis financiera e inmobiliaria, no es macroeconómico, pero sí es social, medioambiental y político, con la daga de la regresión sobre el pecho de Occidente. Una pulsión infantilista en esta sociedad lleva a considerar que la culpa es siempre de otros, que tienen más responsabilidades. La destrucción del planeta, los desequilibrios sociales o la corrupción son atribuibles así a quienes gobiernan y no ponen las medidas adecuadas. No es que ellos sean inocentes, es que casi nadie lo es si se miran los pequeños gestos (individuales) como el uso de los plásticos, por citar un caso; la inercia de los consejeros de una gran empresa al congelar los salarios más bajos, o la corrupción de baja intensidad para eludir una lista de espera. La pregunta olvidada, casi siempre, es si las cosas se pueden hacer de otra manera.

La fábula sirve también para subrayar el valor de esos seres minúsculos que, a contracorriente, hacen su parte. Como esos funcionarios del caso de los ERE que redactaron sus informes alertando de que no había control en el reparto de fondos de una iniciativa cargada de buenas intenciones (agilizar la llegada de ayudas públicas en lo peor de la crisis a quienes lo necesitaban). Los superiores no hicieron caso, pero su acción individual al final cobró sentido y ha sido higiénica. Pienso en el ejecutivo del Palau de les Arts que realizó en 2010 su memorándum sobre los sobrecostes y los modos extraños de gestionar los patrocinios.

Puede que la decisión no fuera completamente altruista, quién sabe, pero aquel documento, olvidado en un cajón durante años, es la base del caso que estos días, casi diez años después, se ha empezado a juzgar. Algunos altos cargos y políticos han sido condenados en Sevilla y están encausados aquí, más cerca (no todos, no obstante), porque miraron a otro lado. No hicieron su parte.

No estaría de más que en las cúpulas de los principales partidos del Botánic algunos miraran si están haciendo su parte. Especialmente ahora que parece que le encuentran el gusto a los desencuentros y los encontronazos públicos, e incluso a los desplantes: ahí quedan el puerto de València, la V21, la EMT, Palma de Gandia, Intu, las exenciones fiscales, la televisión y el fuego cruzado soterrado a cuenta de procesos judiciales comprometidos. Cuenta Andrea Camilleri cómo antes del éxito, al poco de su primera hija, vivía en un pequeño piso con su mujer y al lado tenían a padres y suegros para, entre otras cosas, ayudar. Acabó alquilando un pequeño estudio donde por las tardes él y su mujer podían verse en secreto y hablar solos. A la hora de la cena se reencontraban como si no se hubieran visto. No sé si los socios políticos valencianos deberían hacer algo parecido. Pero es una idea para volver a trabajar los afectos y engrasar una maquinaria que da síntomas de desgaste. Pueden hacer su parte o pensar que es obsolescencia tecnológica. Y resignarse.

Compartir el artículo

stats