Sin duda el gran vencedor de las elecciones del pasado 10-N, en términos relativos, ha sido Vox con el 15 % de votos y 52 escaños. Este resultado ha hecho sonar todas las alarmas en la izquierda, el nacionalismo y hasta en el regionalismo. No es para menos, pues hasta para cántabros, canarios y turolenses un Partido que lleva en su programa máximo suprimir el Estado de las Autonomías, aniquilararía de raíz su razón de existir.

Sigamos con Vox. Su 15% de votos es sin duda espectacular. Pero aún queda lejos de los de los portaviones de extrema derecha populista europea, como son el 38,6 % de Marine Le Pen en las últimas elecciones presidenciales francesas, o el 37,25 % de Salvini en las elecciones legislativas de Italia el año pasado. Esto no deja de obligarnos a intentar analizar, con escasas herramientas, por qué Vox de marzo a hoy ha pasado de 0 diputados el 27 de abril de este año, a 52 seis meses después.

Creo que se han conjuntado para este susto distintos factores. El primero que se me ocurre es que ese sector neo-franquista que siempre votaba al PP, con la tibia respuesta del Gabinete Rajoy a la sedición catalana en septiembre de 2017 -recordemos que el 2 de octubre Rajoy aún dudaba de si era necesario la aplicación del artículo 155 en Cataluña -abandona un hogar incómodo y vota a quién le seduce con barbaridades como declarar el Estado de excepción en Cataluña. Ya lo dicen ellos: «la derechita cobarde».

Algo que tampoco conviene olvidar es que en casi toda la Europa Comunitaria desde la crisis de 2008 han presentado su tarjeta de visita, con más o menos fuerza, los partidos de extrema derecha. No los llamo fascistas, pues por razones que exigirían otro artículo, no me parece preciso el adjetivo fascista. Sin negar por ello que tengan un aroma que recuerda al fascismo que asoló Europa desde 1923 hasta 1945. Todos ellos tienen un común denominador que sintetizaría en el rechazo a la inmigración, y a la UE, la burocracia de Bruselas En materia de política económica esta Internacional Nacionalista tiene sustanciales diferencias. Así la Agrupación Nacional francesa defiende una política obrerista -es el primer partido de Francia en el voto obrero- proponiendo medidas como la jubilación a los 60 años, o la nacionalización de la Red Nacional de Comunicaciones, mientras que a Salvini como a Vox se les podría calificar de ultra-liberales en materia económico-social. También ocurre en materia de costumbres, pues en países donde la Iglesia ha tenido o aún tiene influencia social, como en España o Italia, son mucho más intolerantes, que en Francia u Holanda por ejemplo.

Sin duda Abascal de abril a hoy ha ajustado su discurso. Decir los mayores despropósitos se lo deja a Ortega Smith, que además se nota que los dice a gusto. En la reciente campaña electoral se olvidó de Viriato, D. Pelayo, y cuando el traslado de Franco a su última morada se puso de perfil y le dejo el protagonismo mediático a Tejero. El último espadón español, en el ocaso de su vida, tuvo una emotiva despedida de los suyos. Máxime cuando no podrá decir en su lecho de muerte, afortunadamente, las palabras de uno de los primeros espadones, el reaccionario general Narváez: «No tengo enemigos; los he fusilado a todos».

Siguiendo el rastro de las razones del éxito de Vox, otra pista puede estar en la Barcelona en llamas que los televidentes podían ver cada noche, después de la sentencia al procés. Cada barricada que se quemaba era un capazo de votos a Vox. El ciudadano suele pensar que la izquierda es la opción política más adecuada para combatir la injusticia social, pero que el orden público lo mantiene mejor la derecha. Aunque sin duda aquellos días después de la sentencia del 14-O fueron muy difíciles, creo que el Gobierno no empleó los medios adecuados para garantizar la libre circulación de los españoles, en las ciudades, carreteras y ferrocarriles catalanas.

Creo que este catálogo de posibles razones del berrido de Vox quedaría incompleto sin aludir al «blanqueo» que la derecha tradicional le ha dado a ese partido. Es una regla que se cumple desde hace casi un siglo. En 1933 Von Papen, líder del Zentrum decía: «Hitler es una marioneta, de la que nos desharemos cuando haga falta». Todos sabemos lo que pasó con esa «marioneta». Los pactos del PP y el hoy casi extinto Cs con Vox en Andalucía, Madrid, Murcia, le han dado al último una patente de legitimidad, que la que de momento ya se puede arrepentir Cs, y ya veremos si mañana el PP y pasado España.

En la fecha que escribo este artículo, 28 de noviembre, no sé si habrá terceras elecciones. Que el 10N sea o no un punto de inflexión de Vox depende de todos. Y sobre todo de las derechas.