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Al margen

Madres e hijas

Ayer mi madre cumplió 66 años. Como sé que a ella decir la edad no le inquieta ni un segundo pues la digo porque siempre me ha gustado presumir de madre joven, que quieren que les diga. A ella quedarse embarazada nada más empezar a vivir su matrimonio pues no le hizo mucha gracia, las cosas como son, pero es lo que hay, porque a veces la vida viene así y punto. Se casó con mi padre días antes de cumplir los 22 años y en plena luna de miel en la Galicia del 75 va y se muere el dictador y en las radios se acabaron las canciones para dar paso solo a música de muertos. Cuando se lo conté a mi sobrina Eva de siete años me miró atónita y me dijo: ‘ala, pues que viaje de novios tan raro no?’. Todavía entendía menos cuando le dije que la gente de aquellos lares no quería salir en las fotos por miedo, porque ‘había muerto Franco’, así que si querían fotos de recuerdo de su luna de miel se las hacían el uno al otro y a esos hermosos paisajes que a mediados de los setenta todavía se imprimían en blanco y negro o en un ocre incipiente y no se pasaban por ‘whatsapp’.

Hablar de mi madre, además de hacerlo porque sé que le gustará a ella y me gusta a mi, me sirve como excusa para hablar de lo que realmente quiero, que es hacerlo también de la suya, y de su hermana, y de las madres que las parieron, o sea, las mujeres de mi familia. Mi madre, Elvira, es hija de Guardia Civil ‘de los de entonces’, y nieta de carabinero, también ‘de los de entonces’; mi abuela, Isabel, esposa de Guardia Civil ‘de los de entonces’, e hija de un hombre que murió repentinamente cuando ella tenía apenas cinco años, y mi bisabuela Elvira, hija de un hombre que se quedó viudo cuando nadie quiso atender a su mujer en el parto porque decían que la casa estaba embrujada (¡viva la España de 1900!) y esposa de otro que fallecería repentinamente poco antes de la guerra civil. También Isabel se llamaba mi tía, la hermana pequeña de mi madre, discapacitada profunda desde los dos años a causa de un ataque de meningitis, y que falleció el mismo día que cumplía los 14 años de edad, dejando tras su marcha un impacto de dolor más grande que una bomba nuclear.

Y hoy les doy voz a todas ellas al igual que, en ocasiones anteriores, se la dí a mis ancestros masculinos, obligados a cumplir con la patria, la bandera y no sé cuantas patrañas más hasta dejarse la propia vida. Hoy se la doy a todas las que siempre sufrieron ‘de los nervios’ para llegar a todo; a las que siempre se sientan en la mesa en una esquina ‘para estar cerca de la cocina’; a las que renunciaron a sus sueños para que sus hijos tuviéramos una vida tranquila ... Podían no haberlo hecho y hubiera estado bien igual, pero lo hicieron y nos hicieron y hacen la vida más fácil. Felices 66 mamá!

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