En Madrid se negocia. En Barcelona se vacila. Ha sido Manuel Castells, de Hellín, académico global reconocido por la Universitat de València, con su lucidez característica, quien ha advertido, desde este periódico, que la estabilidad no llegará a España, mientras no se resuelva el contencioso de Catalunya. Los valencianos que piensan, viven un maléfico sueño. El retroceso es de cuarenta años. Estamos peor que estábamos. De todo por hacer a nada claro. La pesadilla tiene tres frentes: el que deriva del combate derecha-izquierda. El mosaico de matices ideológicos entre los distintos componentes de una mayoría progresista encabezada por el PSOE. La inevitable discrepancia entre centro y periferia. En carne viva en Catalunya. Secundada por vectores abertzales de Euskadi. Sin definir su implante en el País Valenciano, donde la autonomía camina por la cuerda floja. Del ser al no ser.

Posturas. Ante el nuevo Gobierno se trazan posiciones. El País Valenciano aporta 32 diputados al Congreso de los Diputados. De todos ellos sólo uno, Joan Baldoví de Compromís, actuará sin recibir instrucciones de las distintas sedes de los partidos estatales en Madrid. La hueste individual. El laureado sin tropa. Ninguno de Barcelona. ¿Dónde estáis catalanistas? La Comunitat Valenciana está intervenida de facto por el Gobierno central, sin autonomía financiera. Emilio Attard -que tocó democracia antes de 1936 y después de 1975- insistía que no había autonomía política sin autonomía económica. Está quebrada con un endeudamiento creciente e impagable.

Las Españas. Estamos ante un delito de leso territorio. ¿Será constitucional? La financiación justa y un reparto equitativo de las inversiones del Estado pasan a ser insoslayable condición para que el País Valenciano atisbe algún porvenir. Representa un 10% de las principales magnitudes en España: población, PIB, exportaciones, turismo, superficie, municipios. Es una décima parte defraudada, que sumada al 20-25% imputable a Catalunya -en pleno caos- deja al 35% de los españoles sin visión de futuro. Los insulares de Baleares y Canarias tampoco se sienten arropados por la España centrípeta. Ni los cántabros, ni Teruel Existe.

Queimada. Los partidos gubernamentales se eclipsan en discursos susurrantes. Cuando hablan ya no se les entiende. Pronuncian hacia dentro. Pedro Sánchez no está. El ministro J.L. Ábalos titubea. Las conexiones enmohecen. No hay diálogo fluido. Pablo Iglesias oficia la queimada con orujo de Chinchón para convocar meigas al gran aquelarre. Es la sorpresa debida para una Navidad apacible y el inicio de año 2020 dispuesto a asimilar el tratamiento y los fármacos que receta Bruselas. Con una presidenta de la Comisión, Úrsula von der Leyen, recién estrenada. De acento germánico y porte conservador. Los valencianos sufren síndrome de anonimato y victimismo. Mientras nuestra cabalgata -somos de comparsa y pasacalle- llega a una encrucijada en la que necesariamente hay que optar entre una dirección o la contraria. ¿Queremos llegar al Nueva York mítico de Tiffany & Co o dirigir nuestros pasos a los cactus punzantes de Fénix, Arizona?

Vectores. La negociación para bendecir la investidura y posterior gobernabilidad se mueve a tres bandas. Entrechoca la ideología, la disensión territorial y la inmediata conexión doméstica. Los presupuestos ideológicos de PSOE, U. Podemos-IU y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) parten del escenario socialdemócrata, resignado a acatar la disciplina económica de la UE. Nadia Calviño, destinada a ser su representante en el planeta. El margen de maniobra es escaso y está definido. El tercer frente es doméstico. Esquerra Republicana de Catalunya, a las órdenes de Quim Torra, su president de Generalitat. Y en el horizonte de unas elecciones que vendrán presumiblemente de cara a primavera. El escenario doméstico en la Comunitat Valenciana no es sugerente. El Consell del Botànic acusa cansancio y desconexión. Tendrá que durar tres años más. Una autonomía estable y sumisa nunca transmite insubordinación e inestabilidad. En ello nos va la vida y la presidencia de Las Corts, de Enric Morera y la portavocía pinturera de Fran Ferri.

Amor o ruptura. Habrá que compartir -como dice Pere Mayor, fundador del Bloc Nacionalista Valencià- qué pasaría en el supuesto de que la financiación injusta de la CV no se revierta. Mal financiado y sin suficiente inversión, el País Valenciano es inviable. Cualquier envite valencianista tendría que descartar el Botànic, si no se cumple su primer mandamiento. Si de la mano con un Gobierno progresista en Madrid, al cual se habría respaldado, no llega la financiación justa, los partidos que se crean el País Valenciano, tendrán que romper la entente, y el elenco de voluntades que pudiera respaldar un Gobierno «a la valenciana». La investidura de Pedro Sánchez, sólo la entiende Joan Baldoví, mediante el compromiso de que la Comunitat Valenciana pueda ser autónoma y constitucional. Menos, sería el triunfo de Vox y un poco el del PP. Para financiarse con desahogo de acuerdo con el artículo 156 de la Constitución. Ser o no ser ante la exaltación de la Carta Magna o en su defecto: una gran falla. Digna o clientelar. Sugestiva oportunidad.