Nuevo cumpleaños de la Constitución. Y algunos siguen empeñados en aplicarle un complejo de Peter Pan impropio en una democracia madura: a sus 41 años siguen regalándole ositos de peluche. Trasladan su inmadurez a un texto vigoroso. Nada me enfada más que alguien se proclame "constitucionalista" para diferenciarse furiosamente de otro: la cultura constitucional exige ante todo perspectiva de integración, y usar la Constitución para atacar es traicionarla. Y el mejor regalo -otro año más hay que repetirlo- es reformar la Constitución. La criatura es la misma: pero necesita alguna ropa nueva, la de siempre deja vergüenzas al aire y se le rompe por las costuras. Por eso es una muy buena noticia el renacido debate sobre el federalismo, al que ha contribuido la propuesta del Consell de la Generalitat Valenciana aprobado la pasada Legislatura. Creo que el debate sobre federalismo asume una condición de interés: está tan lejos de la abstracción absoluta como de la concreción total, pues ambas hacen inviable los debates en el momento actual. En este punto conviene deshacer cuatro tópicos para que la opinión pública avance en su defensa.

El primero es el que dice que el federalismo puede estar bien, pero que no es para tanto y que, además, en España siempre ha fracasado. Ningún sistema es infalible -salvo la teocracia vaticana- y depende de circunstancias dejan mucho de desear. Como los Estados de cualquier tipo. Pero pueden citarse a Alemania, Austria, Suiza, Canadá, Australia, EE.UU. como ejemplos de Estados federales a los que no les va mal. Quizá Alemania sería un buen modelo para España. En esta España que, como se dice, el federalismo "nunca ha funcionado". El argumento tiene un pequeño fallo: nunca España ha sido federal. La Constitución de 1931 no intentó ser federal. Sí el redactado de la Constitución de la I República€ que no llegó a aprobarse. En el debate de la Constitución de 1978 apenas un par de parlamentarios esbozaron una tímida defensa del federalismo: ni la derecha, ni la izquierda, ni los nacionalismos periféricos, por diversas pero convergentes razones, lo deseaban.

El segundo tópico consiste en preguntar que federalismo para qué, si España ya es, casi, un Estado federal. Pero ya sabemos que el demonio se esconde en las pequeñas cosas: la trampa está en el alcance de ese "casi". Porque encubre una mentira. Se repite que España es uno de los Estados más descentralizados de Europa, y, en general, es verdad, aunque hay aspectos que nublan la afirmación, como la indefinición de la autonomía municipal, la ambigüedad institucional de las Diputaciones y, sobre todo, la ola recentralizadora favorecida por la técnica de la "legislación básica" a asuntos que no lo merecen, atrayendo al ámbito central cuestiones que podrían ser autonómicas; o la traslación de decisiones a la UE sin participación de las Comunidades. El Estado federal es descentralización blindada por una definición clara de competencias que impidan invasiones y solapamientos. Y algo más: capacidad de las partes de intervenir en la conformación de la voluntad general del Estado. Para eso se dota de instrumentos institucionales de decisión y control; pero, aquí, el Senado y las Conferencias de Presidentes o Sectoriales son una broma. Finalmente los Estados federales disponen de mecanismos de financiación transparentes, suficientes y previsibles: no así en España.

El tercer equívoco es creer que el federalismo anima a la secesión de las partes. No es cierto. Porque el federalismo es un sistema que trata de maximizar la fuerza centrípeta para contrarrestar las fuerzas centrífugas. El mejor cemento para incrementar la confianza mutua es la corresponsabilidad en algunas decisiones -pensemos en lo que afecta a la relación con la UE-. Eso conforma una "lealtad federal" más concreta que la ambigua "lealtad constitucional". Hay muchos ejemplos de técnicas aplicables para favorecerlo en el derecho comparado, pero pueden resumirse en algo relativamente sencillo: el respeto a las diferencias es lo mejor para la unidad. Temer a la diversidad rompe la lealtad, temer a la convergencia también la rompe.

El cuarto problema es la afirmación de que el federalismo no solucionaría el actual conflicto catalán. Estoy de acuerdo. Pero nada, per se, lo solucionará. Sólo podrá hacerlo la acumulación de pasos en alguna dirección en la que podamos ponernos prudentemente de acuerdo. El sentido del diálogo es ese: excluir todo aquello que no ayude. Y el federalismo ayuda. Y una prueba es el crecimiento del sentimiento federal en Catalunya. Se trata de abrir una puerta, de dejar claro que el modelo territorial no es intangible -la Constitución no dice que lo sea, sí lo hace la alemana- y que alterarlo no significa la ruptura del Estado.

¿Qué Federalismo: asimétrico, plurinacional? Creo que en esta fase mejor no insistir en los adjetivos. Pero para calmar los ánimos: el sistema autonómico es claramente asimétrico: vascos y navarros tienen sistemas institucionales propios; el Estatuto andaluz dice cosas que el TC declaró inconstitucionales para Catalunya; los sistemas de cooficialidad lingüística son variados; las competencias no son homogéneas; en media docena de Comunidades no hay Diputaciones; las Comunidades insulares tienen sistemas privativos; Madrid tiene unas rentas de capitalidad arbitrarias€. Y la financiación no sólo es desigual sino claramente discriminatoria -¡que nos lo digan a los valencianos!-. ¿Y la plurinacionalidad? El inciso sobre "nacionalidades y regiones" de la Constitución abre la puerta a una interpretación flexible. Pero en todo caso el problema deriva de mantener la confusión entre Estado y Nación, propio de otras épocas. Personalmente no me voy a pelear por esto, porque desligado de competencias, instituciones y financiación nada significa. Europa vivió varios siglos de atrocidades porque no podían concebir que en el Estado convivieran varias religiones: ¿no puede pensarse lo mismo de los hechos nacionales? Hay que bajar la fiebre. Borges dedicó su poema "Los conjurados" a los fundadores de la primera federación, la suiza, diciendo que tomaron "la extraña resolución de ser razonables".