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Correr es valeroso. Una actividad física saludable y ahora también sociable que admite un componente alto de ánimo. Haruki Murakami escribe las mejores páginas sobre el pensamiento atlético en De qué hablo cuando hablo de correr, un libro de cabecera para algunos deportistas. El texto del japonés siempre me resuena cuando veo tanta gente junta retando al cronómetro, cuando el tiempo suele ser un mal aliado, porque como explica el autor de Tokio blues llega un momento, según vas sumando años, que a pesar del esfuerzo es imposible correr como antaño. Aceptar las limitaciones con deportividad es una de las grandes contribuciones orientales al pensamiento universal. Desde València se ha acuñado la cultura del esfuerzo como un valor que trasciende lo gimnástico y que pretende ser transversal, con componentes directas en el mundo laboral. Nada que objetar, pues sabemos desde niños que toda meta necesita una carrera, algunas con más obstáculos que otras. Esa interpelación directa motiva siempre y cuando las condiciones de la prueba sean iguales para todos. En caso contrario la trampa de la cultura del esfuerzo se convierte en perversa. Por ejemplo, de nada vale insistir en que tenemos la generación universitaria más preparada cuando la precariedad salarial impide no solo la practica de las enseñanzas recibidas, sino un proyecto de vida. Algunos estudios demuestran que por primera vez en la historia nuestros hijos vivirán peor que nosotros, y eso sin introducir el factor del cambio climático, libre de manipulaciones. Por cierto, ¿dónde están esos que se manifestaban por una barraca en ruinas en defensa de la huerta y ahora callan con la nueva rotonda de acceso en Meliana y Foios a la CV-300 que se comerá el doble de hectáreas? Murakami empezó a correr porque quería salir del bucle de vida sedentaria-aumento de peso-falta de aire cuando se hace un esfuerzo. Fumaba 60 pitillos al día, sus dedos se amarilleaban y todo el cuerpo le apestaba a tabaco. El esfuerzo demanda honestidad individual y empatía colectiva para desenmascarar

algunas farsas.

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