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Maite Fernández

Mirando, para no preguntar

Maite Fernández

El fin y el principio

Todos los expertos en cambio climático que han llegado a Madrid para la Cumbre del Clima lo tienen muy claro: la economía del futuro o es sostenible o no es. Por debajo de las grandes frases y por encima de los compromisos políticos que salgan de la cita de Ifema, lo cierto es que ya se ha generado una base sobre la que los ciudadanos vamos orientando nuestras actuaciones. La concienciación va calando en la sociedad, o al menos eso es lo que decimos cuando se nos pregunta. Se lleva eso de «pensar en verde». Al menos como idea.

Me gusta que España haya decidido implicarse en el que, sin duda, es el mayor problema contemporáneo. Un problema que abarca y comprende a todos los demás. Un problema que afecta ya a la economía, a la industria, al reparto equitativo de recursos, a la alimentación, la moda… Porque, como dice Andreu Escrivà, cuando hablamos de cambio climático no debemos pensar solo en osos polares. El problema es mucho más cercano, lo tenemos en el plato o en la ropa que llevamos.

España asume el reto de organizar el encuentro, aunque la presidencia sigue siendo chilena. El cambio de sede para esta reunión no solo es un cambio de país, sino de continente y de hemisferio. España y por extensión Europa, tienen la oportunidad de liderar no la estrategia de «marketing verde» sino el proceso político que acabe con tres décadas de fracaso. Desde que en 1992 comenzaron las conversaciones sobre el clima, el mundo ha emitido tanto CO2 procedente de combustibles fósiles como lo ha hecho toda la humanidad desde el principio de los tiempos. La promesa de reducción de carbono hechas en Río de Janeiro en 1992 y el tratado de Kioto de 1997 lograron poco o nada. Tres años después del acuerdo de París, la mayor parte de las promesas allí firmadas se han quedado en eso: promesas. Y a esta reunión, ¡ojo!, no asisten los cuatro grandes contaminadores: EEUU, Brasil, China y la India. Un dato importante.

No parece que la clase política esté dispuesta a renunciar a un modelo económico de crecimiento asociado al consumo. El cambio en la mentalidad y sobre todo en la estructura económica no pasa solo por la compra de coches eléctricos o el uso de bolsas de papel. No se puede cortar de la noche a la mañana la producción de plástico o derivados del petróleo. Es urgente tomar medidas, pero hay que hacerlo de manera ordenada. Es un proceso que requiere de investigación y ciencia. Un proceso que necesita de la colaboración de ayuntamientos y comunidades para evitar que se genere una maraña de normas y procesos burocráticos que contaminen todo. Y se necesita sobre todo inversión en I+D+i, inversión en investigación para desarrollar tecnologías que nos ayuden a conseguir un planeta más sostenible e invertir en educación para formar a los científicos e inventores de quienes depende nuestro futuro.

En el clima de la Cumbre debe prevalecer el discurso científico, y disminuir la exposición política. La cumbre del clima no puede ir de imágenes simbólicas, ni de discursos para las televisiones. Los gobiernos deben comprometerse también con la justicia climática, trabajar en favor de un comercio mundial más justo y remodelar nuestros sistemas financieros globales para que sirvan a las personas en lugar de a los mercados. La inversión en tecnologías ecológicas, infraestructuras y energías renovables es una manera sostenible de estimular la economía, crear nuevos puestos de trabajo, mejorar la calidad de vida y asumir una responsabilidad global.

Madrid debe ser el fin y el principio. Cuando los historiadores analicen lo sucedido en Madrid, deberían poder decir que marcó el final de las promesas huecas y el inicio de un cambio fundamental. Esperemos que la historia muestre que nuestra generación no decepcionó a nuestros hijos sino que, por el contrario, tuvo el coraje de adoptar un liderazgo visionario y de tener la voluntad de alcanzar el éxito.

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