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Butaca de patio

Argentinos de cine

Desde que en 2009 el estremecedor thriller El secreto de sus ojos, una obra maestra del director Juan José Campanella, se alzara con el Oscar a la mejor película en lengua no inglesa, e incluso los yanquis hicieran una versión de esa tremenda historia, el cine argentino no ha dejado de ofrecer filmes de una altísima calidad. Cintas como Relatos salvajes, de Damián Szifron; o las recientes El cuento de las comadrejas, también de Campanella; y La odisea de los giles, de Sebastian Borenszstein, han elevado el listón de un cine que conjuga comedia y drama con el trasfondo constante de la convulsa, agitada y a veces surrealista situación de un país que cuenta con el mayor número de salas por habitante de toda América Latina. Todo un indicador de la pasión por el cine de los argentinos.

Precisamente en esa mezcla de tragicomedia, es decir, de tramas agridulces no exentas de humor radica el éxito de estas películas tanto en Argentina como en el resto del mundo, España incluida. Ahora bien, la pujanza de la cinematografía porteña ya arrancaba de una tradición que se inició con el histórico realizador Leopoldo Torre Nilsson y siguió con nombres como Adolfo Aristarain (Martín Hache) o Fabián Bielinsky (Nueve reinas), por citar un par de ejemplos. Esta buena salud del cine argentino se ha basado asimismo en unas generaciones de excelentes actores que han abarcado, entre otros, a Graciela Borges, Héctor Alterio, Norma Aleandro o Luis Brandoni. Y siempre en primera línea un portento de la interpretación como Ricardo Darín, que ya se ha implicado también en la producción en el caso de La odisea de los giles.

Resulta curioso que la degradación constante de la política argentina y sus frecuentes crisis hayan servido como materia prima de muchos de los guiones citados. Así pues, da la impresión de que los cineastas de Buenos Aires encuentran en las miserias de su país un inagotable filón narrativo. El último exponente de este tipo de tramas lo hallamos en la recién estrenada y magnífica La odisea de los giles, que retrata la lucha de unos perdedores en los tiempos del corralito que hace un par de décadas arruinó la economía argentina y llevó a la ruina a millones de personas. Dosis muy medidas de cine reivindicativo y tierno a la vez, de dramas terribles junto a un humor irreverente y vitalista, figuran como las claves del éxito de crítica y público de esta película. Tal vez sea ese humor negro de los argentinos el rasgo distintivo de su cine social, un elemento que rara vez encontramos en ese género en Europa. Por ello los filmes de grandes abanderados del cine social como el británico Ken Loach, el francés Robert Guédiguian o los españoles Icíar Bollaín o Fernando León de Aranoa pecan, en ocasiones, de una saturación de dramatismo o de un exceso de mensaje político. Entretanto, los cineastas argentinos logran conectar con un amplio sector de espectadores a partir de esa fórmula tan infalible que combina sonrisas y lágrimas. El cine argentino, pues, como la vida misma.

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