La iluminación navideña de las calles es un reflejo de la oscuridad moral reinante. Los alcaldes compiten por ver quién tiene más luces (también en el sentido figurado) en vez de procurar que nadie duerma al raso. Estaría bien que rivalizaran por eso y no por el número de leds con el que adornan sus avenidas y que desconciertan a los pájaros. Dicen los ornitólogos que la contaminación lumínica afecta mucho a las aves urbanas, pues no saben si es de día o de noche, pobres, frente a las fluorescencias con las que las castigamos durante estas épocas festivas. Ayer, viniendo de comprar el periódico, hallé dos mirlos muertos al pie de una farola. Los cogí de las patas y los arrojé a un contenedor de residuos orgánicos para que los reciclaran. Luego pensé que debería haberlos enterrado en el jardín. Pero lo tengo ya lleno de cadáveres.
