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A vuelapluma

El año de Greta (y algo más)

Se acerca el cambio de año, tiempo de mirar atrás, componer balances y destacar hechos y personajes a no olvidar. Ni esto es la revista Time ni uno tiene pretensiones de sentar cátedra, pero, sin más valor, mi conclusión es que el personaje del año es Greta Thunberg. Cierto, también me repele el exhibicionismo que rodea a la niña sueca, lo comparto, una sobreexposición que llega al minuto y resultado de su actividad diaria, una atención de peligrosas consecuencias dentro de unos años, cuando la ola mediática haya consumido al personaje público y olvide a la persona. Pero Greta, en este agonizante 2019, tiene el valor de haber puesto a los ciudadanos del mundo occidental ante la insostenibilidad de los pequeños gestos cotidianos: subirse a un avión, coger el coche para ir al trabajo o el plástico de la fruta de los supermercados. Y tiene el valor de que, por una extraña ocasión, la supuesta destinataria de los mensajes grandilocuentes de los grandes foros internacionales es la que toma la voz para dedicar una reprimenda al mundo de los adultos.

Es el año de Greta porque ha ayudado a dejar claro que el medioambiente va a ser la clave de bóveda de los próximos tiempos. Llámenlo emergencia climática, si quieren. Lo estamos viendo ya en la política cercana. El grueso de las diferencias en el gobierno valenciano de izquierdas tiene que ver con cómo encarar el progreso. Ximo Puig cree que es posible proteger el entorno sin detener la maquinaria industrial y comercial del progreso que nos ha traído hasta aquí. Ecuación difícil, visto el pasado y la voracidad del dinero. Oltra, Ribó y Compromís (Podemos se puede incluir en ese paquete) creen que no es posible. Más allá de oportunismos electoralista y giros de opinión en el último minuto, es el fondo de las divergencias sobre la ampliación del Puerto de València, la V21, la cementera de Sagunt, Intu Mediterráneo o incluso el apoyo público a grandes empresas. La cuestión es si alguien tiene alternativas para paliar los efectos de un parón de máquinas en el desarrollo, el empleo y, lo que es lo mismo, el bienestar. ¿Hay motores que sustituyan al actual a corto plazo?

De momento, Greta nos ha puesto en las narices también que la juventud no dimite. El reverso es que también es el grupo de edad donde la extrema derecha española ha cosechado más votos. No es una sorpresa sociológica que pocas cosas unen más que las banderas y que ese sentimiento de pertenencia es especialmente necesario cuando se empieza a abandonar el cobijo de la familia. Las banderas necesitan tiempo (y experiencias) para convertirse en un trapo, su verdadera esencia. Lo peor es que esa división pase a verse como un choque entre dos religiones: la del medioambiente y la de la patria. Esta siempre ha tenido más entrada en las cosas de la fe, como el cardenal Cañizares demostró hace unos días con su pastoral y como Vox ha exhibido en las Corts con crucifijos, biblias y alegatos por la escuela concertada (mayoritariamente católica) y contra la pública. Entre las dos grandes emergencias de 2019, Greta y la ultraderecha valiente, me quedo con la niña que quiso salvar el planeta. Por romanticismo ante quien se levanta ante los poderosos. Porque la niña de apariencia frágil que uno podría encontrar en cualquier paso de cebra quiso cambiar el mundo. Los otros, los de Vox aquí, el Frente Nacional un poco más allá, la Alternativa por Alemania y los de Salvini en la sufrida Italia, aspiran a que nada cambie y, si es posible, volver unos cuantos pasos atrás. Los otros son ya poder.

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