No cabe duda de que la actualidad de nuestros días viene marcada por miles de elementos que la van configurando, muchos de los cuales nos vienen impuestos o son difíciles de controlar. La sociedad va reinventándose y dependiendo de cada contexto político o social varían las preferencias del conjunto, subiendo o bajándolas, dentro de esa influencia que tienen los mass media y siempre dentro de una cierta homogeneidad.

En España, desde hace años, vivimos ese monotema llamado Cataluña, al que se ha unido la inestabilidad política, con la constitución del nuevo parlamento y el complejo horizonte que se presenta para la conformación de un gobierno. Además, estos días ha tenido lugar la Cumbre del Clima en Madrid, precedida por el terremoto mediática de Greta Thunberg, por lo que todas las noticias se han visto solapadas por ese contexto del que hablábamos al principio.

En medio de todo ello, durante esta semana, y más concretamente el pasado día 3 de diciembre, hemos celebrado el Día Internacional de las Personas con Discapacidad. Una conmemoración que este año tenía la mirada puesta en la Agenda de Desarrollo 2030 de las Naciones Unidas, convencidos de la necesidad de cumplir con una de sus promesas esenciales, y que no es otra que «no dejar a nadie atrás», principalmente en cuestiones relacionadas con la educación, el crecimiento económico y el empleo, así como en la desigualdad y la accesibilidad.

Me consta, por el trabajo al que habitualmente me dedico y por la responsabilidad que ostento en determinadas organizaciones del sector, que han sido muchas las actividades programadas por asociaciones, entidades y organismos oficiales, como sucede anualmente. Sin embargo, y compartiendo esta inquietud con muchos otros profesionales, parece que este año todo se hubiera teñido de un color grisáceo y no se ha conseguido esa repercusión que en otras ocasiones había tenido esta fecha.

Por ello, quiero aprovechar estas líneas para reivindicar el esfuerzo y la valentía de este colectivo, indistintamente de su edad y tipología, pero resaltando en esta ocasión a esos miles de niños y niñas con discapacidad que viven en nuestro país. Ellos, con toda probabilidad, no son activistas mediáticos ni atraviesan el Atlántico en catamarán, seguramente porque tampoco se lo han propuesto, pero para nosotros son auténticos héroes anónimos que muestran a diario un coraje digno de todo reconocimiento. Quizás hemos pecado en esta ocasión de autocomplacencia y no se ha gritado suficientemente alto para que se nos escuchara, pero estamos aquí y seguimos defendiendo los derechos de aquellos que nuestra sociedad no puede dejar atrás.