Es preciso darse cuenta de algunas cosas. Nuestro mundo, el perenne, está viviendo una gran fatalidad. Sí, nuestra vida se está convirtiendo en un largo silencio.

Conversar es maravilloso, y sin embargo, cada vez nos gusta menos. Podía decirse que ofrecemos la compañía y negamos la alegría. Por supuesto, hemos llegado a un punto visible e inegable, de un pasotismo brutal. La baja intensidad de las conversaciones dependen de los estímulos. La vida de ahora recrea lo rápido, y por ende, también lo fugaz. Las conversaciones, en parte, son el brío de nuestras inquietudes, pero si nuestro vigor está captado por la tecnología ¿qué sucede? Pues que el diálogo camina con justeza y la simplicidad es directa e insana. No, no vemos que la conversación es una cantera inagotable de sabiduría. Sí, nos proporciona la riqueza para comprender a nuestros semejantes; conversar es evocar realidades propias y ajenas. Aunque viendo el percal, somos figuras estáticas: ofrecemos nuestra presencia, a la vez que nuestra ausencia.

El sonido articulado es propio del hombre, no debemos olvidar, que a través de la palabra discurre la atención, el afecto, el cariño, la inteligencia y hasta el amor. Vamos camino de anhelar la voz. Pues sí, sobrecoge ver el silencio de los espacios comunes; antes nos mandaban callar, y ahora no hablamos. Qué cosas... El diálogo es rubrica de respeto: no, no estamos acertando con nuestra actitud. Pero por lo visto, conversar o no conversar, nos la trae al pairo. ¿Entonces, para qué quedamos con otras personas? Ah, sí, ya lo sé... Para mirar juntos las pantallas de los móviles. Es mejor responder un WhatsApp, que disfrutar de una buena conversación. Sí, preferimos lo virtual a lo cercano. No vacilamos en ofrecer nuestra atención a todo lo que entra por la pantalla del móvil.

Ya están los supermercados destacando las fechas que se avecinan. Hace pocos días leí en una pescadería "hagan sus encargos para Navidad". En otras épocas, Navidad era un bello poema de amor, sí, tenía las principales características de hermandad concentrada; eran fechas de lectura reflexiva. Al leer el cartel de la pescadería me quedé pensando... Intenté ser moderada pero no pude. Mi rostro se reclinó sobre una dorada que estaba en primera fila y le conté un secreto de las noches dichosas que están por venir...

Ojalá veamos la importancia de conversar, y recuperemos la verdadera leyenda del hombre: el diálogo. Es más bello sujetar la mano de un semejante que un teléfono móvil. Todos somos compañeros de camino, no caigamos en la desventura de estar por estar. El silencio se está apoderando de nosotros. Démosle un puntapié a la tecnología y volvamos a conversar. Es urgente...