El 10 de diciembre, se conmemora la aprobación, por la asamblea general de la ONU, 1948, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Sesenta años después, 2008, en Ginebra, en uno de los edificios del Palacio de las Naciones, en el parque Ariana, se instaló, en la cúpula de una de sus salas, dedicada a los Derechos Humanos y Alianza de Civilizaciones, una obra singular de Miquel Barceló. Su instalación fue polémica, por su calidad, por la instalación, y por el coste y financiación de la misma. Pasados más de diez años, la estructura resiste y en cuanto a la calidad de la obra, me sucede, todavía hoy, lo mismo que a Muñoz Molina, quien, ya entonces, expresó su opinión favorable.

Tampoco soy capaz de decidir cuáles son las principales obras del artista, ni si la calidad de la cúpula es inferior o no, a la de sus primeras acuarelas, o lienzos inspirados en tierras de Mali. Sin embargo he de reconocer que, como en su capilla de Sant Pere de la catedral de Palma, entre otras obras, la cúpula despertó en mi, primero sorpresa, luego admiración, y, finalmente una emoción especial, análoga a la que algunos sienten al contemplar la obra inacabada de los lampadarios de Antoni Gaudí, situados en la misma catedral balear, que también fueron cuestionados en su momento.

La obra de Barceló en Ginebra, no creo nunca pretendiera ser la Capilla Sixtina de la modernidad, aún cuando así se le denomina en el propio Palacio de las Naciones, ni menos todavía tratar de emular lo que la cueva de Altamira ha supuesto para el arte rupestre en el Paleolítico - cosa que se llegó a decir - pero el hecho de que algunos llegaran a compararla, le favorece. En cualquier caso fueron otros los propósitos y distintos los tiempos.

Como lo fue, en 1934, cuando el Gobierno de la República de España encargó a Josep Maria Sert, la obra dedicada a Francisco de Vitoria, introductor del derecho internacional de gentes, instalada en la Sala del Consejo del mismo Palacio de las Naciones, entonces Sociedad de las Naciones. Precisamente, al igual que Barceló, también Sert realizó en una catedral, la de Vic, una obra principal de ornamentación mural, que vale la pena disfrutar. En ambos casos, el paso de los tiempos, ha permitido apreciar, con motivos distintos, toda su fuerza conceptual y capacidad explicativa.

Utilizar el argumento del coste para criticar el proyecto de Barceló no mereció, ya en su momento, la defensa de que los fondos utilizados fueron obtenidos, casi en su totalidad, a través de fondos privados. Atacar la idea por el hecho de que un pequeño porcentaje procedió de fondos de ayuda al desarrollo - cosa que, como el autor, lamento se produjera - no le resta importancia a su obra. En definitiva, por todo lo anterior, y llegados a este punto, apreciemos el trabajo de Barceló, como el de Sert, por esta vez dos españoles, y disfrutemos de la calidad y significado de sus obras, y el reconocimiento que supone su instalación en salas del Palacio de las Naciones que reivindican los derechos humanos.