El hecho de que el educador condenado recientemente a cinco años de cárcel por abusos a una menor sea el exmarido de Mónica Oltra me trae sin cuidado. Repudiable es el acto. Aprovecharse de una niña de 13 años, que además estaba bajo custodia y protección pública, le añade mayor repulsa. En los días previos a la condena observé con pavor las noticias. La menor, ahora de diecisiete años, iba esposada, custodiada por policías, llorando, imagino que por rabia, miedo e impotencia. La magistrada tuvo que ordenar que le quitaran los grilletes, pero los agentes se negaban porque nadie les había indicado que aquella joven estaba ahí por ser víctima. Hubo quejas por escrito de la magistrada por falta de colaboración de las instituciones responsables de la protección de la menor. Quizás las únicas palabras de aliento y disculpa que la niña oyó esos días.

Durante el juicio, uno no sabía muy bien a quién se juzgaba, si al acusado o a la víctima. Porque hubo profesionales sin formación en la materia que no dieron credibilidad a las denuncias de la niña, responsables de protección de menores que la describían como conflictiva por sus intentos de fuga y consumo de drogas, mientras presentaban al finalmente condenado como un educador ejemplar que sólo pretendía relajar a la menor con masajes. Hemos vivido toda una oda a la nula protección de los más vulnerables, exhibiéndose a los cuatro vientos intimidades de la menor. La tétrica guinda, que ha pasado desapercibida, la ofrecía un Colegio profesional al reclamar la necesaria colegiación como forma de garantizar la formación del personal dedicado a estas labores.

Después de todo este circo lamentable no hemos visto brotar manifestaciones de colectivos defensores de la infancia. Tampoco ha habido concentraciones ni manos tintadas levantadas en señal de repulsa, ni gritos de «yo sí te creo», ni pancartas aludiendo a la credibilidad de la víctima. Tan solo una jueza y algún artículo han salido en su defensa.

Por eso hoy quiero ponerme del lado de la niña. Porque se han pisoteado principios básicos de protección y ayuda al menor. Todo ha dado igual, lo importante parecía que era desacreditarla. La ausencia de afectividad, la repercusión que este episodio tendrá en su desarrollo y madurez, la constatación de un ciclo evolutivo infantil desbaratado... pueden hacer de ella un juguete roto. Y me pregunto dónde guarda la Conselleria de Inclusión los rudimentos de la teoría psicosocial y pedagógica que deberían ser imprescindibles para desarrollar con un mínimo de responsabilidad cualquier política pública.