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A la vuelta de la esquina

Se acerca ese momento en que damos la vuelta a la esquina del año. Es tiempo de buscar un nuevo calendario que presidirá la cocina los próximos 365 días y dónde iremos anotando fechas, nombres, citas para recordar. Y esa agenda que iniciamos llena de buenos propósitos y que acabará confinada, despues de un estreno triunfal, como la chaqueta pasada de moda. Seducida y abandonada. Visto así, 365 días de un año son muchos días, ¿No? Y sin embargo en ese horizonte que señala el hilo del tiempo se han ido deslizándose en un plis plas mientras corrían las hojas del calendario. Hay personas que cuando llegan estas fechas finales de año les gusta hacer balance, poniéndole puntuación al ciclo que está a punto de caducar. Nunca he creído que haya un año enteramente horribilis, ni por el contrario, un annus mirabilis, a no ser que te toque el Euromillones, la Primitiva y el primer premio de la lotería de Navidad. O que Michael Bloomberg te nombre como heredero único universal.

Quizás por un exceso de pragmatismo o de prudencia, o vete a saber qué, siempre he pensado que nuestras vidas, los momentos o periodos más felices u optimistas están asociados a esos otros pasajes menos afortunados. Mirados con cierta calma, en esos 365 que están a punto de acabar, se cruzan, como en uno de esos jerseys tejidos con varias lanas y colores, fases o circunstancias diversas y al mismo tiempo, inseparables; días de felicidad y de tristeza, de bonanza y dolor. That’s Life en boca del maestro Frank Sinatra. Si traslado el foco desde mi ámbito más íntimo y doméstico a un plano más general y comunitario, en ese lado más horribilis debería anotar la salida a superficie de un discurso neofascista entre nosotros, que de momento parece imparable, o la erosión en ese campo de minas que llamamos libertad de expresión que tiene, entre otras consecuencias, el efecto de la autocensura. Como en los mejores tiempos del franquismo. En el plano positivo, con todas las reservas que se quiera -faltaría más- anotemos la progresiva concienciación contra la crisis climática. O la revolución feminista, que dicho así, igual suena un poco triunfalista, pero que ha acabado traspasando aquellos límites marginales a los que algunos querían suscribirla. O confinarla.

Para los museos y centros culturales es el momento de hacer pública su programación para el año que viene. Mientras, los suplementos culturales de los periódicos exponen sus hit-parade con los libros, álbumes, peliculas o series televisivas del año. Y así, un año más. Hasta Facebook colabora, haciéndote el favor de elegir tus mejores recuerdos, mientras Spotify te confecciona la lista de canciones según han sido tus preferencias melódicas en la plataforma musical. El final y desembarco de un nuevo año es también un tiempo para los deseos y promesas. Todos los años me propongo inscribirme en algún cursillo de natación, matricularme en una escuela o academia de idiomas, volver a poner a punto la bicicleta, apuntarme a un taller de cocina saludable y a un curso para inversores novatos. De momento me he registrado en un curso de adiestramiento canino online.

Me llega información de una galería que presenta una exposición de fotografías de la pareja Serge Gainsbourg y Jane Birkin. Este año se ha cumplido el medio siglo de la canción Je t’aime moi non plus que el duo Birkin-Gainsbourg pusieran en circulación en el año, para ellos sin duda mirabilis y para su cuenta corriente, de 1969. Si hay canciones que han transformado la sociedad o hayan ayudado a cambiarla, ésta, Je t’aime moi non plus, sin duda es una de ellas. Que por primera vez se escuchara a dos personas realizando el amor físico ya constituía toda una novedad o provocación, si se prefiere, hace cincuenta años. Si añadimos la cadena de prohibiciones, censuras, que persiguió a la canción, que hizo temer hasta el propio dueño de la discográfica, un final en la cárcel para todos los implicados, la promoción publicitaria no podía haber salido mejor. Hasta el Vaticano colaboró en ello cuando condenó la melodía y sus suspiros transgresores. Como declaró el propio Gainsbourg no todo el mundo puede tener como agente de prensa al mismísimo Papa de Roma.

Serge Gainsbourg no volvió a repetir un éxito mundial como Je t’aime moi non plus aunque su capacidad para la provocación siguió intacta y dando noticias como cuando le puso ritmo reggae a La Marsellesa para irritación de la derecha patriótica francesa. Me imagino si algun músico entre nosotros le pusiera ritmo regatón o de sabor más vintage, por ejemplo cha-cha-cha, al himno español, las reacciones que provocaría. De momento el caso de Valtonyc y otros artistas insurgentes nos da una idea de los limites tan frágiles donde nos movemos en cuestiones de expresión y libertad. Otra cosa es que Marta Sánchez nos haga una versión cantada del himno, cosa que debería estar penalizada por la academia del buen gusto, si es que existe. O con el destierro in perpetuum de la artista en Miami.

Con el cambio del año a la vuelta de la esquina, se anuncia el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena. ¿Qué sería de nosotros sin esa banda sonora llena de valses, polkas, como inicio de un nuevo año? El otro clásico navideño, pero con una banda sonora mucho más monótona, el Mensaje del Rey, promete ser igual de repetitivo, ampuloso y vacuo que el anterior, a no ser que este año el autor del discurso sea Andreu Buenafuente. O Groucho Marx, si sigue disponible.

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