Lo mejor que tengo son mis lectores. Exigentes, críticos, cooperativos, confortantes y comprensivos. Compañeros de un largo viaje con diversas etapas. Días atrás me sorprendió Jesús Civera con un artículo, en este diario Levante-EMV, en el que interpretaba el sentido y la voluntad de las columnas que llevo publicando en los periódicos durante décadas. Hace tiempo, el también amigo y periodista, Ximo Ferrandis, calificó mi labor epistolar como la de un activista. Contrario al quietismo, quiero entender. En sentido estricto de inquietud y dedicación a una causa, ajena a la polvareda sectaria de las militancias y la partitocracia. Ambos aciertan desde la amistad y la inusual costumbre de mencionar y comentar lo que escriben otros colegas..

Silencio. Los grandes periodistas (Ryszard Kapúscinski o Jon Lee Anderson) coinciden en que no hay razón para que los periodistas nos expongamos como protagonistas en nuestros artículos. Lee Anderson decía que se dedicaba a escribir para los demás porque, como algunos de nosotros, no sabe hacer otra cosa. En este oficio, como en otros, existen amigos y contrincantes, escuelas, estilos y a veces, el elemental sentido del compañerismo. Prevalece el criterio, salvo excepciones, de que no hablamos de nosotros mismos. Solamente la reacción de algún miserable afectado de neurastenia convierte envidias y celos en medicina compensatoria para complejos indigestos.

Entidades intermedias. Vivimos tiempos de cambio entre una crisis y otra. Paul Collier, catedrático de Economía en Oxford, ha hecho unas declaraciones en La Vanguardia en las que afirma que «la derecha quiere reducir la sociedad a economía». Estamos entre dos extremos: el comunismo, con la caída del muro de Berlín en 1989 confirmó su rotundo fracaso y el capitalismo feroz lo sigue haciendo todos los días. Entre uno y otro quedan emparedadas las clases medias. El futuro, lo ve Collier en recuperar y fortalecer el entramado de asociaciones que median entre el Estado, la empresa y el individuo. Desde la familia a las cooperativas -de vivienda, trabajo, vacaciones- a los sindicatos, colegios profesionales, centros de formación público-privados, de ocio, culturales…

Afinidades. Jesús Civera, que fue redactor jefe y subdirector en Levante-EMV, nos lleva la gran ventaja de que sabe de lo que escribe y lo hace en con prosa envidiable. Nos unen la disconformidad y los orígenes comarcales de la Ribera del Xùquer. Él de Sueca, ciudad cercana a mi Carcaixent natal. Tierra bonancible de arroz, naranjas y navajazos. Hay un perceptible hilo conductor que vincula las comarcas valencianas de solera y raigambre, con la fidelidad a una idea inconformista de progreso y trellat. Los periodistas han de aparecer en la faceta humana que forma parte de la idiosincrasia de una profesión dura, antes y ahora, de la que magnates y mandamases ignoran las reglas del juego y su peculiar forma de intercomunicación. Entre nosotros vivimos varios frentes que debemos afrontar. Es fácil amagar y ampararse en los males del mundo: la injusticia, el clima, el secesionismo, los populismos y la nebulosa nacionalista, la insurgencia o los volcanes.

Al lector. Recuerda Civera las dos vías alternativas del periodismo. La comprometida en la interpretación de la realidad inmediata. La segunda, la que opta por la equidistancia y la neutralidad de los temas que no manchan. Por la problemática distante para evitar la temática candente que acecha cada día. Una de cal y otra de arena. El periodista Manuel Ibáñez Escofet escribió un magistral artículo sobre: «La companyia de l’escriptor». En él decía: «Escriure és cercar companyía. Es fals que l’escriptor sigui un solitari que no pensi en els altres. Cada lletra, cada paraula, cada pàgina, son un missatge, un esforç per arribar als altres. Molt més en el periodista que té sobre la seva consciència professional la diaria companyia dels lectors per a qui escriu».

Disfunciones. En el País Valenciano padecemos la distorsión del sistema y la sangría de la sociedad. Por los entes intermedios de la sociedad. Los que el catedrático británico, Collier sitúa en la solución esperanzadora de la problemática económica y social. El naufragio de la radiotelevisión valenciana a la que han llamado À punt y casi nadie sabe lo que es. El espectáculo alucinante de las fuerzas vivas organizando reiterados brindis al sol en defensa del mítico y tópico corredor mediterráneo. La institución Feria Valencia, desfondada y condenada a una inefable presidencia cuatricéfala. ¡Bendita ocurrencia!

Las Cámaras de Comercio ineficientes que han perdido la conexión con su misión y sus principios fundacionales. Organizaciones patronales condicionadas por un club prepotente, desvinculadas de sus bases en pos de su refundación territorial cohesionada. El Ateneo Mercantil de València, alejado de su raíz liberal y dinamizadora de la sociedad. ¿Quién te vio y quien te ve? La Real Sociedad Económica de Amigos del País, sin capacidad de acción e influencia. La Bolsa de València más virtual y anecdótica que eficaz. Desaparecieron las entidades financieras domésticas de implantación y envergadura. Queda un sustrato social impotente. Y mal pertrechado. Mínimamente responsable, desilustrado e inconsciente de su papel en la historia. ¿A esto llaman sociedad civil?