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El apunte

Mestalla, no te vayas

Mestalla es mi libro de familia. Cuando tenía seis años, mis padres y sus cuatro hijos nos mudamos a una casa con ventanas en las inmediaciones del estadio del Valencia CF. El barrio esculpió nuestras raíces, que todavía siguen allí más de cuatro décadas después. Mestalla estaba a algo menos de diez minutos a pie de casa y desde mi habitación veía las gradas. La fidelidad al club venía de serie en casa Martínez, pero se multiplicó al estar tan cerca. Tanto que ocho años después del traslado al vecindario, cuando el equipo descendió a segunda división, nos convertimos en socios mi padre, mi madre y yo, que no tenía ni quince años. Apoyar al Valencia en un lance tan desgarrador era nuestro deber. Muchos años después dejamos de ser socios, mis padres por cansancio y yo porque la movilidad laboral me hizo dejar la ciudad durante más de una década. La llegada de los niños a la familia provocó que los Martínez, diseminados en varias ramas pero todos residiendo cerca del nido materno, volvieran a ser socios. Aún lo son hoy. Mi perro y yo no vamos a Mestalla (todavía), pero nuestros pies tienen querencia por el paseo del centenario. El amor al estadio, inaugurado en la primavera de 1923 (un mes después del mítico Wembley londinense), es así consanguíneo, intergeneracional e inquebrantable. Ha sido mucho lo vivido en él y en sus inmediaciones, en lo deportivo y en lo afectivo. Entenderá, querido lector, mi indisimulado disgusto con el traslado al nuevo estadio y con la demolición de Mestalla, el mejor estadio del mundo, para pintarlo de color ladrillo. Ya en los 70 se había barajado trasladar Mestalla a unos terrenos de las afueras de la ciudad, pero el proyecto fracasó y el campo se remodeló para el Mundial de 1982. ¿Por qué no iba a suceder también ahora? Cierto es que en esta ocasión existe un estadio esqueleto dispuesto a suplantarle (a partir de 2022 según reafirmó ayer el presidente Anil Murthy), pero no puedo dejar de sentir pena.

El sustituto nunca podrá ser el mismo, ni en lo deportivo, ni en lo urbanístico ni en lo sentimental. Aunque sea inútil, permítame llorar. Mestalla, no te vayas.

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