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Tierra de nadie

El diluvio

La Tierra es una gran albóndiga que da vueltas al calor del Sol como un pollo en el asador. Significa que sus rayos ultravioletas la van friendo poco a poco con nosotros dentro. “Nosotros” somos los europeos y los rusos y los chinos y los indios y los norteamericanos, entre otros. Pongan ustedes una pelota de carne picada en el balcón y analícenla dentro de unos días. Verán que sobre su superficie prosperan colonias de vegetales y animales de distintas especies.

Algunos han dejado sus larvas y se han ido y otros se han establecido entre sus anfractuosidades, con perdón. Quizá, si aplicaran la lupa a ese microcosmos, verían algún hombrecillo diminuto que ha crecido de manera espontánea, al calor de las proteínas. Bien, eso es la Tierra: una bola irregular llena de nutrientes por la que reptan con más o menos dignidad todos los seres vivos que la pueblan.

Entre ellos nos encontramos usted y yo.

La pelota tiene los días contados, en parte porque sí, porque está en la naturaleza misma del cosmos, y en parte porque la estamos recalentando de forma irresponsable con nuestros gases de efecto invernadero, aunque también con el agujero de la capa de ozono por la que el fuego solar penetra como la llama de un soplete. No conformes con eso, ponemos en circulación pesticidas que acaban con los insectos polinizadores: esos, sí, que van de flor en flor repartiendo generosamente por doquier el polen que se queda adherido a sus patas. No hay nada de poesía en todo esto como no lo hay en la pelota de carne picada que ha colocado usted, a modo de experimento biológico, en el balcón de su domicilio. Hay supervivencia.

De eso, de la supervivencia de esta albóndiga en la que prosperamos todas las especies conocidas, ha ido la Cumbre sobre el Clima de la que tanta información hemos recibido los días últimos. Mucha información y escaso conocimiento, a juzgar por las conclusiones y los acuerdos alcanzados y desalcanzados. Los delegados han vuelto a sus respectivos países mientras los polos se siguen derritiendo bajo la llama del soplete solar que se cuela por el agujero de ozono. Quiere decirse que, después, de nosotros, el diluvio.

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