El mundo, hoy, es un escenario móvil en el que circulan intensamente mujeres y hombres, jóvenes y adultos que abandonan sus lugares de origen y se ven obligados a adoptar la condición de migrantes. La movilidad a causa de la esperanza o de la impotencia, del miedo o de la violencia, del turismo o de la pobreza; es el código genético de una sociedad abierta. Las migraciones, en este contexto, son un proceso estructural, que ni fronteras ni ejércitos podrán impedir, como dejó escrito el joven senegalés antes de ser deportado desde Melilla: «si ustedes levantan muros, nosotros abriremos túneles».

Como resultado de esta movilidad, nace una civilización mestiza, plural y comunicada, que alumbra nuevas formas de ser humanos e inhumanos; personas que viven identidades y pertenencias múltiples, como la de ser a la vez de aquí y de allá; individuos que pretenden alcanzar decididamente sus sueños sin importar los riesgos de un viaje incierto; grupos que crean nuevas vinculaciones entre países y clases sociales hasta producir una vecindad global. El nomadismo ha sido históricamente la señal de los seres humanos que no tienen las raíces de los árboles sino los pies del caminante.

Quienes han conocido el paso dramático de la ilusión del migrante al sufrimiento del inmigrado; quienes han llorado por tantos náufragos hasta llevar el duelo en el alma; quienes sienten el desgarro por algunas vidas dañadas quieren, en el Día Internacional del Migrante, manifestar su agradecimiento por ser la vanguardia de un mundo único y desigual; por colaborar en la construcción de un mundo más justo y plural; por traernos noticias de hambres reales, de sueños posibles y de violencias silenciadas. En lugar de fabricar odios y miedos por declararles peligrosos podríamos explorar el encuentro y la colaboración.

Necesitamos vuestras capacidades y energías para salvar el envejecimiento demográfico, para cuidar a personas vulnerables, para sostener las pensiones, para cargar, en definitiva, con el trabajo que nadie quiere. Necesitamos vuestras miradas, comidas y cantos para vivir la polifonía de lo humano. Ya no basta decir «no queremos inmigrantes», tendrás que decir qué inmigrantes no quieres. ¿No quieres a Berta que, puntualmente, pasea a tu padre por el jardín de la ciudad?; ¿no quieres a Samuel que arregla, sin demora, la cadena de tu wáter, cuando no encuentras a nadie que lo haga?; ¿no quieres a Ibrahim que te espera, cada mañana, en el bar de la esquina para servirte el café? o, en fin, ¿acaso no quieres a Said que explica a tus hijos, con profesionalidad, relaciones internacionales en la Universidad?

Si Europa no acoge más inmigrantes sólo será un pequeño accidente en el panorama mundial. No emigran nuestros jóvenes a otros países porque viene inmigrantes aquí sino porque no vienen suficientes para mantener el desarrollo económico y poblacional. Los opulentos «nortes» tendrán que pedirá perdón a los esquilmados «sures» por ser las inmigraciones el último pillaje que se perpetra a los pueblos empobrecidos, ya que se sustraen las energías y el coraje que sus comunidades necesitan. Y si es así ¿en qué se legitiman los discursos que fabrican el odio al inmigrante?

¿Desde cuándo las políticas represivas han producido seguridad? ¿En nombre de quién se construyen concertinas que dañan los cuerpos y ofenden la dignidad? Y, en definitiva, si en lugar de hablar «sobre» ellos habláramos «con» ellos. «Estoy seguro», escribe Bashige Michel, «que si conociera mi historia y la de mis compañeros comprendería muchas cosas. Pensaba contárselo en persona, pero este muro que ha sido levantado entre usted y yo hace imposible cualquier encuentro verdaderamente humano. Quiero vivir y ayudar a vivir a mis hermanos, sólo pido eso».