Vamos hacia la Europa de huevos revueltos. La «Europa de las patrias» que defendía el general De Gaulle era de huevos fritos. Por un lado la clara y por otro la yema. La Europa unida y solidaria es de tortilla. Cuerpo sólido y consistente. Conjunto homogéneo en el que cada vez resulta más difícil aislarse y perderse en nacionalismos excluyentes. La yema y la clara se funden y forman un mismo cuerpo inseparable. Que va de la unidad económica y monetaria a la jurídica. A la política exterior y de defensa.

OTAN. Con un presuntuoso gallo de corral desvariado y contumaz, conocido como Donald Trump, los casi 500 millones de europeos que permanecen en la UE no pueden confiar. Ni en la OTAN, que incorpora a la errática Turquía del autoritario Erdogan. Genocida del pueblo kurdo. Alianza donde dominan los Estados Unidos de América -80% del presupuesto- que se han convertido en enemigos comerciales y estratégicos de la integración europea. Una vez más De Gaulle tenía razón al recelar de la OTAN. Les gustan las bases militares en Europa pero denigran a los europeos.

Cultura e historia. Cuando vas a Inglaterra por primera vez distingues rápidamente entre los huevos fritos -fried eggs- o huevos escalfados -poached eggs- porque peligra la subsistencia en el breakfast. Partamos de ideas claras: no se puede confundir Europa con la Unión Europea. Europa es más que un continente con cultura e historia. Realidad política y sociológica diferente de la Unión Europea. Somos europeos, incluso a pesar nuestro. Los británicos siempre pertenecerán a la realidad europea. Desde Foreland Sur, cerca de Dover hasta el cabo Gris Nez, próximo a Calais, hay 34 kilómetros de mar. Y las islas británicas miran al continente europeo.

Salir es fácil. Gran Bretaña al consumar el Brexit comete una sinrazón contra natura. Va contra Roma. Transgrede un principio que los italianos, finísimos pensadores, han proclamado: «non si torna più indietro». Nunca se vuelve hacia atrás. Coincide con los versos de Pablo Neruda: «No es hacia abajo, ni hacia atrás la vida». Se conoce de las razones que los británicos esgrimen contra el proceso de unificación europea: no soportan que desde la UE les marquen el precio de su mantequilla ni el de los cortacéspedes. Instalados en su complejo de insularidad, se empeñan en conducir por la izquierda y en permanecer al margen del Sistema Monetario Europeo. Esgrimen su sacrosanta libra esterlina a modo de trofeo. Miden por galones y pulgadas. Ahondan la sima del Canal de la Mancha.

Desbrexit. Cuando vamos a la separación definitiva, más allá de la euforia de Boris Johnson, está la realidad. Todos los votantes del partido conservador -Tory- no son partidarios del Brexit. Son ideológicamente de derechas, aunque bastantes no comulgan con el Brexit . El cisma británico levantará fronteras y aranceles entre Irlanda y el Ulster. Hijos de la misma insularidad, donde la mayoría desea permanecer en la UE. Gibraltar volverá a anacrónico enclave colonial. En una península -Portugal y España- que permanece al abrigo de la Unión Europea donde se alinean 450 millones de habitantes frente a los 66.500.000 de Gran Bretaña. Corremos el riesgo de satanizar a todos los británicos como tránsfugas, cuando Europa no puede prescindir del Reino Unido.

Bombas británicas. La victoria de Boris Johnson -obseso del Brexit-, ha coincidido con el hallazgo de una bomba en la ciudad italiana de Brindisi. El artefacto se lanzó en 1941, mide un metros , pesa 500 kilos y alberga 40 de dinamita. Se evacuó a 54.000 personas. En febrero de 2019 se encontraron varias bombas en el aeropuerto de Roma (Ciampino). En Alemania afloran miles de tonelas de explosivos. En Frankfurt en 2017 se encontró una bomba británica blockbuster, por su gran magnitud -1'8 toneladas-. En todos los casos se trata de bombas de la Segunda Guerra Mundial. Son la llamada de atención sobre del peor conflicto bélico que arrasó Europa hace 75 años. Esta masacre se quiso evitar para siempre con la unificación europea que ahora cuestionan muchos británicos. Se defendieron con bombas y ahora con exabruptos.

Scrambled Eggs. Boris Johnson impone la retirada de la Unión Europea, con o sin acuerdo. Factor desestabilizador de la UE que el Reino Unido -Winston Churchill-concibió. Gran Bretaña no suscribió el Tratado de Roma, firmado en el Capitolio en 1957, hasta 1973. Su euroescepticismo es visceral. En 1975 se convocó un referéndum para cuestionar la integración a la UE. Fue favorable a la vinculación de Gran Bretaña a los tratados comunitarios. Es la Europa de huevos revueltos -scrambled eggs-. El Reino Unido tendrá que solventar su divorcio del resto de Europa, cuya negociación empezará el 31 de enero de 2020. Simultáneamente con la reavivación de tensiones en Irlanda -cargadas de obscuros presagios- y el malestar en Escocia, por un Brexit no deseado. Las consecuencias son imprevisibles. Ninguna favorable para la felicidad de los ciudadanos. ¿Para cuándo consolidar la confortable y fraternal Europa de las regiones?