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Madrid versus Barcelona

Más de 100.000 libros vendidos después, en más de 25 ediciones, a María Elvira Roca y su Imperiofobia y leyenda negra (editorial Siruela), le contestó críticamente nuestro conocido filósofo José Luis Villacañas con Imperiofilia y el populismo nacional-católico (editorial Lengua de Trapo), que en apenas un par de meses lleva también cuatro o cinco ediciones agotadas.

España, pues, sigue siendo uno de los temas estrella para la industria editorial. Lo es de siempre, al menos desde la pérdida de Cuba y la depresión nacional subsiguiente que analizaron los miembros de la Generación del 98, con Miguel de Unamuno entre sus cabezas y que ahora también, gracias a la película de Alejandro Amenábar y sus nominaciones a los Goya, ha regresado a la palestra de la actualidad.

La polémica entre historiadores y filósofos me ha hecho recordar otro magnífico ensayo, al que le dieron el premio «Espejo de España» -que convocó Planeta durante veinte años-, escrito en 1987 por Xavier Rubert de Ventós y que llevaba por título El laberinto de la Hispanidad. Entonces Rubert de Ventós era un reconocido filósofo y polemista, eurodiputado por el PSC y director de una cátedra Nueva York-Barcelona que buscaba conectar a la «divina» inteligencia barcelonesa con el cosmopolitismo internacional radicado en la metrópolis norteamericana.

El laberinto de la Hispanidad era una defensa cerrada de la colonización española, cuyo modelo católico y humanista se comparaba con el puritano anglosajón y su capacidad de exterminio de las poblaciones indígenas. El libro estaba construido como un canto a las tolerantes figuras españolas en América, empezando por Bartolomé de las Casas y siguiendo por Francisco de Vitoria o Junípero Serra. Conviene recordar en este punto que, ahora mismo, más de treinta años después, y ante el avance demográfico de los hispanos en los Estados Unidos, la cultura anglosajona también quiere ganar el relato de la colonización y se airea con profusión cualquier episodio de abusos por parte de los misioneros españoles en América. En juego, obviamente, hay muchos negocios económicos, de ahí que los norteamericanos hayan cedido a su población nativa la explotación de las nuevas licencias de casinos y demás centros de ocio con dinero, convirtiendo en millonarios a muchos jefes de tribus. En cambio, el descrédito público de la figura de Cristóbal Colón en los EEUU o el reciente ataque a la tumba de Junípero en Carmel -California-, se inscriben en el otro lado de este marco de enfrentamiento narrativo por el control de la historia.

El propio Rubert de Ventós abandonó su perspectiva hispanista y junto a la dirigencia del PSC -los hermanos Maragall, Castells, Nadal, Obiols y otros- viró hacia posiciones independentistas, apoyando el cambio de rumbo del nacionalismo catalán que se produjo bajo el mandato convergente de Artur Mas y Oriol Pujol.

Fueron este tipo de razones las que me llevaron a preguntarle al propio filósofo catalán durante una cena en la que coincidimos, por su cambio de actitud. La respuesta fue rapidísima: me habló de un viejo pacto, tácito, no escrito, entre Madrid y Barcelona, que llevaba roto hacía tiempo€ un pacto por el cual Madrid devenía la capital política del país pero Barcelona mantenía su posición como capital económica del mismo€ pero dado que Madrid ya lo acaparaba todo, el acuerdo se daba por roto y ya nada ventajoso podía esperar Barcelona de su pertenencia a España.

No me parece que esas sean razones suficientes para desatar la enorme crisis política en la que andamos sumidos los españoles por mor del inconformismo -y egoísmo- catalán, pero sí que deben hacernos pensar sobre algunos de los efectos que los últimos -y penúltimos- episodios políticos han provocado en España. Para empezar, porque en parte es muy cierto, el hecho del crecimiento acelerado de Madrid como gran centro neurálgico del país en la práctica totalidad de sus órdenes y cuyo PIB, lo acabamos de saber, ya supera ampliamente al de toda Cataluña.

Madrid es la capital política de España pero es también la capital cultural, la que atesora los grandes centros artísticos, teatrales e incluso los literarios que antes se localizaban en Barcelona. Y su cinturón industrial es ya el primero del país, concentra los grandes medios de comunicación, la sede de la mayoría de corporaciones y multinacionales -allí, por ejemplo, tiene su centro Ford España-, convertida también en una gran urbe sin problemas de expansión urbanística, con todos los nudos de transporte y carreteras confluyendo en la Puerta del Sol y atrayendo a las grandes fortunas de Latinoamérica. Y todo ello en el marco de la España de las autonomías que muchos centralistas proponen liquidar.

A Barcelona no le han ido tan bien las cosas pero tampoco puede quejarse demasiado. La democracia ha propiciado la creación de un estado autonómico -una mininación en suma- como no habían tenido nunca, así como un éxito de imagen internacional sin precedentes, en parte gracias a las Olimpiadas y en parte a la transformación de su afligido Barça en un equipo ganador mundialmente reconocido, generando el mayor flujo turístico sobre una sola ciudad que se ha conocido en las últimas décadas.

Pero claro, no es lo mismo atraer españoles de fin de semana que van a visitar El Prado y la Thyssen, o sostener el mercado inmobiliario con millonarios sudamericanos como ocurre en Madrid, que padecer en las Ramblas o el barrio Gótico, oleadas de cruceristas o de jóvenes europeos con ansias de beber barato hasta el amanecer y dormir, si se tercia, en un apartamento turístico del centro de Barcelona. Todo ello mientras el resto de las autonomías asistimos perplejos y hasta en la sopa a los clásicos Madrid-Barça, menos los vascos, que están encantados de haberse conocido foralistas.

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