Estamos pendientes de la pantalla, en cualquier momento puede saltar la liebre y abrirse la veda de la investidura. Todo el país está comentando si eso va a suceder mañana o antes de Reyes en 2020 (una bonita cifra que para los británicos es capicúa). Como dice mi amigo Rafael, que ha sido legionario y cocinero, Pedro Sánchez espera el regalo que le pueden traer los de ERC. Y estaba en el mensaje cifrado de la Abogacía del Estado (qué responsabilidad para quienes tienen encomendada esta alta función).

Mientras unos se afanan en sus compras y sus preparativos y otros han volado lejos (José Luis Vidal me despierta a las 7,45 horas para enviarme 50 videos desde Singapur, y es la segunda vez que recala en este año allí, bien lejos del mundanal ruido político español y más cerca de China, o de Indonesia a donde va).

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Si la Navidad es casera por naturaleza, fin de año se presta a las escapadas. Hace dos años me fui a celebrarlo y muy bien en Praga, donde hizo un tiempo estupendo, los checos estaban sorprendidos porque no hacía frío. Estos días aquí el anticiclón nos depara hasta 25 grados lo que es mucho para la entrada de invierno. En 1999 me planté en París y un ciclón devastó los adornos de la ciudad de la luz y derribó árboles centenarios de Vincennes y de la zona norte, lo nunca visto desde la Edad Media (según los que conocen los registros). En Amsterdam estuve un año que ya hace bastante con los canales helados, lo que dicen que sucede muy raramente y otro me encontraba en Colonia, recogiendo cuadros de un pintor valenciano con una furgoneta y acabé en una fiesta de estudiantes de la universidad. También me ha ocurrido de pasar el fin de año en Viena y hacer la cena en el hoter Saccher, que era un refugio de personalidades muy especiales, como el propio Zubin Mehta. Pero no quise ir al concierto de Año Nuevo y eso que me lo han propuestos lo menos tres veces. Tanto vals me parece empalagoso.

La fuga hacia adelante es lo que tienta por estas fechas. En política como en los privado, una manera de buscar el renacimiento o la culminación. Coronar el año con una investidura es como un sueño para quienes son profesionales de la política y luchan por resolver el desafío que se les plantea ahora. Pero el regalo es envenenado. Si fuera el roscón de Reyes habría que ir con mucho cuidado con “la taba” que puede romper una muela o atragantarse, en fiestas muchos se atragantan con tanta cena y festín inmoderado. La vida social impone estos ritos exagerados y en la política la pugna hace trizas por estas fechas a unos y otros, negociando, a la espera, en vilo. Los nervios no deben dejarles dormir ni cambiando de colchón, en la Moncloa o lejos de ella (y más acariciándola).

Algunos se han ido a Marina D’Or y dada su edad es como refugiarse o buscar compañía de gente que siente como ellos y estando cerca están como extrañados. Disolverse en el grupo es una tentación estos días, como huir del gentío y encerrase con un buen libro y buena música. Distanciándose de todos y cada uno.

Tenemos amigos que por diversas razones están lejos, unos en Londres con la zozobra del dichoso Brexit. Llevan dos años de dolor de cabeza. Otros en Tenerife donde se ha ido ahora Esther Vielger. Y en Eivissa campan José Navarro y Fefa Albacar desde hace años. El invierno allí es tranquilo. Menos mal que ahora entre correo electrónico y WhatsApp parecen más próximos. Estamos pendientes de la pequeña pantalla o espejo mágico cara a estas fechas. Imágenes y mensajes nos saturan.