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Picatostes

Glamur

Para varias generaciones, aquellas que hemos forjado nuestra educación sentimental y estética en la sala de un cine y una pantalla con imágenes en movimiento, la idea de Hollywood nos resulta inseparable de un universo donde las estrellas de cine se proyectaban luminosas, llenas de sensualidad, de fascinación, gracias a la fotografía y por supuesto al vestuario y complementos, que habían creado desde los departamentos de dirección artística. Estos días aparece un libro, Adrian: A Lifetime of Movie Gamour, Art and High Fashion, sobre la figura de Adrian, el nombre artístico con el que firmaba el diseñador Adrian Gilbert (1903- 1959) sus trabajos para el espectáculo, el teatro musical y sobre todo, desde su puesto de director de vestuario de la productora Metro Goldwyn Mayer. Entre 1928 y 1941 Adrian firmó y puso en celuloide el vestuario de estrellas como Greta Garbo, Joan Crawford, Jean Harlow, Katherine Hepburn o Rodolfo Valentino, entre otros. Algunos de sus diseños fueron copiados a gran escala y vendidos por millones en los grandes almacenes.

Todos ellos, Greta Garbo, Jean Harlow, Joan Crawford, Marlene Dietrich, Mae West, nombres que nos sugieren una palabra: Glamur o el arte de seducir el espectador. En el libro La gente hablará (Seix Barral), el coleccionista y conservador de la memoria cinematográfica John Kobal recoge una serie de testimonios, de Gloria Swanson a Ingrid Bergman, acerca de un mundo hoy en día totalmente extinguido y sin embargo, convertido por el paso del tiempo ha en un territorio legendario, mítico: El cine de la clásico de esa primera edad de oro de la pantalla- y quizás la última- entre las décadas de los años veinte y cincuenta. Actrices como Marilyn Monroe, Grace Kelly o Audrey Hepburn señalan esos últimos momentos áureos. Despues de ellas, vendrían las estrellas en pantalones vaqueros y minifalda.

Hoy en día ese toque glamur está sustentado por la moda y las modelos, las llamadas top-models, que arrebataron en la década de los ochenta- con el trabajo creativo de fotógrafos como Peter Lindbergh y otros- el protagonismo a las estrellas de la pantalla. Sobre la pasarela o el papel satinado, estilistas, directores de arte, fotógrafos y diseñadores reformulan ese arte de la seducción que pusieron en práctica los profesionales de Hollywood ochenta o noventa años atrás. Cada temporada un diseñador o firma de moda recupera el perfil estilístico de una determinada década época del cine y sus protagonistas. La pareja de diseñadores Dolce e Gabbana se ha especializado como marca identitaria, en buscar sus raíces en su propio glamur nacional, aquel que representaron estrellas como Sophia Loren, Silvana Mangano y otras maggiorate, la voluptuosidad Made in Italy. El paisaje de la música pop también ha sido sensible a ese concepto-talismán llamado glamur donde una estrella como Madonna no ha tenido ningún inconveniente ni pudor en reformular aquel Old Style que emanaba del antiguo Hollywood. En el ángulo masculino, dos músicos como David Bowie y Elton John han proyectado, desde polos opuestos, en la escena rock este poder de fascinación. El primero, Bowie, redefiniendo su figura siguiendo el modelo de la Marlene Dietrich más andrógina; el segundo, Elton John, desde el extremo más extravagante y de fantasía. Desde luego en su caso, más cerca de Carmen Miranda que de Cary Grant.

Con ocasión de los festivales, premieres cinematográficas, entrega de premios, Oscars & Cía., la llamada alfombra roja revive esos momentos de fascinación con el paso de las estrellas y el glamur convertido en un objeto de lujo que se observa detrás de una vitrina o la barrera que separa al público. Se supone que es ese instante, ese preciso momento donde se funden el sueño, el deseo y la fantasía aunque sea bajo la supervisión mercantil de la marca de moda, la encargada de facilitarle el vestido a la estrella, llámese Armani, Oscar de la Renta o Dior. Pero, si por glamur atendemos aquella “belleza mágica” que emanaba Marlene Dietrich enfundada en un smoking en la pelicula Marruecos o en un delirio de plumas creado por Travis Banton para El Expreso de Shangai; o Jean Harlow en un ceñido traje de raso cortado al bies en Cena a las ocho. O Greta Garbo transformada en Mata-Hari o la Reina Cristina de Suecia, habremos de convenir que para las estrellas de hoy en día en su mayoría, el glamur constituye un objeto desconocido y se pueden contar con los dedos aquellas que transmiten ese poderoso objeto de fascinación. A menos que por glamur sigamos pensando en Isabel Preysler anunciando en Navidades una caja de bombones de Ferrero Rocher.

Andy Warhol llevó al Arte Pop aquella fascinación por el glamur y las estrellas en los retratos de Marilyn Monroe y Elizabeth Taylor, pero transformando el rostro de las actrices en carteles publicitarios, listos para decorar un comedor de Ikea. Más tarde la formula acabaría transformándose en un excelente negocio comercial y Warhol terminó por convertirse en el retratista oficial de la jet-set internacional. El Pop-Art socializó el glamur como objeto decorativo y cotidiano. Quizás para entonces, con una industria de Hollywood en mudanza, donde los viejos estudios estaban a punto de convertirse en parques temáticos y los actores y actrices escapando en masa de los opresivos sistemas de producción, la pregunta ya flotaba en el aire: ¿Todavía existen las estrellas? Una pregunta que hoy en dia sigue resultando un tema de palpitante actualidad. Pero ya hace tiempo que entre nosotros la actualidad es un pálpito continuo en forma de sobresaltos.

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